Compártelo con tus amigos:

Los vómitos que después de cada comida tenía Ximena hicieron preocupar a su madre, la señora Rocío.

La adolescente, de 17 años, se mostraba pálida y en un muy mal estado.

Analizando fríamente el caso, sus padres llegaron a una conclusión inequívoca: la niña estaba ojeada.

Los padres visitaron cuanto curandero o santera les recomendaban conocidos y familiares, con tal de ver a su pequeña colegiala recuperada.

El primero les dijo que, efectivamente, la habían ojeado de envidia y les indicó que el procedimiento que debían seguir.

Aquello no les importó a los padres, que no pusieron reparos y cancelaron lo acordado.

Todo un proceso

Así, cada tarde, los padres debían llevarla con el experto, quien combinando oraciones inentendibles le embadurnaba montes con licor que, aseguraba, sacaban el mal de  “ojo”.

Un huevo que, puesto en agua, mostraba unos velos blancos ratificaba que la curación iba bien.

Así estuvieron más de una semana, pero definitivamente no había mayores progresos y Ximena seguía faltando a clases por su estado de salud.

Como luego el caso se agravó y apareció un ardor estomacal, creyeron tener la respuesta a los males y buscaron a un gastroenterólogo, pues ya no tenían dudas: se trataba de una gastritis similar a la de una tía de la mamá que había sufrido lo mismo hace años.

El médico empezó el tratamiento con medicinas y jarabes, pero los malestares no disminuían, así luego de 15 días en la segunda visita, con la tranquilidad que lo caracterizaba pidió un test de embarazo.

Los padres se miraron entre ellos y acusaron al galeno de injuriar a la menor. Ella se quedó callada y empezó a llorar.

Cuando ya se aprestaba a retirarse dijo que quería la prueba y al cabo de unos minutos ella se enteró de que sería mamá y sus padres que tendrían el primer nieto.

Se salvó por decir la verdad

Con el diagnóstico claro entonces empezaron el tratamiento adecuado. Su novio, un poco mayor que ella, aceptó la responsabilidad,  se casaron y solo pocos meses después nació el junior.

Ximena ahora ríe cuando se acuerda de ese episodio que indica casi le cuesta la vida, pues por no decir la verdad su salud se estaba desmejorando. Ahora su hijo ya es un profesional y menciona que fue lo más hermoso que le pasó en la vida. Los abuelos lo aman con locura, recalca.

“Yo me estaba agravando por no decir la verdad. Mi hijo ahora es todo un profesional y ha sido lo más hermoso que me ha pasado en la vida”