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La colada morada es una bebida que se prepara por ocasión de celebrar el día de los difuntos en el Ecuador, cada dos de noviembre y en vísperas y se acompaña de “wawas” de pan; es deliciosa, nutritiva y lo más importante, una costumbre de origen milenario que ha resistido al paso del tiempo.  

En la época prehispánica se tenía el hábito ceremonial denominado “Aya Marcay Quilla”, que corresponde al duodécimo mes del calendario inca, período en el que se solía sacar a los difuntos de sus tumbas, vestirlos, llevarlos en andas y entregarles comida y bebida, según indica el cronista Felipe Guamán Poma de Ayala. Aquí nace la costumbre de preparar la colada morada que, al igual que la chicha de jora, tiene una base de maíz, en este caso de color púrpura, a la que se adicionan otros ingredientes: mortiño, frutas, panela, especies como el arrayán aromático -en peligro de extinción-, el ishpingo o canela amazónica y se acompaña de “wawas” de pan o pan de finados, masa de trigo horneada en forma humana y decorada con dulce de azúcar de colores vistosos que recuerdan el colorido alegre de la vestimenta de los pueblos indígenas andinos. 
Sin embargo, indican historiadores, que las “wawas” de pan no siempre fueron de decoración alegre y que se empezaron a preparar ante la prohibición en la época de la Conquista de sacar a pasear a los fallecidos por las comunidades por considerarlo profanación; el sincretismo de las dos culturas también facilitó que los nativos adoptaran hábitos y creencias europeas como los estados del alma, el rezo por el descanso en paz, la preparación de ofrendas florales, velas y la celebración de la misa.  
En el mundo andino la vida está vinculada a la muerte y viceversa, de hecho, la fecha coincide con un nuevo ciclo de cultivo, un resurgir, particular que marcó los ciclos de las sociedades nativas; el día de muertos, más que un lamento, era una forma de mantener contacto con aquellos que iniciaron el viaje más pronto y compartirles utensilios y víveres para facilitar su transición al otro mundo, lo que hasta ahora se observa en familias que acostumbran recordarles a través de sus alimentos, anécdotas y usanzas favoritas.   
La colada morada sigue siendo un vínculo de unión con los difuntos, pero lo más importante es que su preparación promueve la unidad familiar y nos permite valorar a quienes todavía están vivos; ésta debe prepararse en cantidades generosas para compartirla con amigos y vecinos.