Ahora parece que todo aquello fue en otro mundo, pues nos enfrentamos al dominio acelerado de las redes sociales, van ganando el espacio informativo, de comunicación y de opinión. Lo hacen unas redes voraces que se meten a nuestros hogares y a nuestras mentes, viven las 24 horas del día, no descansan y no nos dejan descansar, no nos dejan ni siquiera reflexionar. 

En estos últimos seis meses dos acontecimientos importantes, las marchas de octubre y la pandemia del coronavirus – mucho más grave aún, nos enfrentan a las redes sociales de manera irreverente. Nos acribillan con información falsa, fotos de otros años, de otros países, opiniones de científicos, datos útiles y basura. Las redes no descansan, nos acechan de cerca, buscan escarbar en nuestras fibras más sensibles y nos atrapan.

¿Y la sociedad estaba preparada para esto? No, estamos llenos de analfabetos digitales, que no saben distinguir una información falsa de una verdadera, de una foto actual de una antigua, de un atentado contra el honor de las personas de una denuncia real… Lo más triste no es solo que nos creemos las falsedades, sino que aún antes de leer ya lo hemos compartido y lo viralizamos. Este es otro virus que nos mata, mata nuestra inteligencia, la atención, la capacidad de entendimiento y discernimiento, sin darnos cuenta nos allanamos a los contenidos que nos venden.

Vienen nuevos paradigmas, formas de convivencia que harán que cambien muchas de nuestras formas de relacionamiento. Lo digital tendrá cada vez mayor importancia, más aun con la pandemia que esperamos poder superar pronto, en ese contexto se hace necesario, hoy más que nunca enseñar el uso de las redes, cómo buscar información en buscadores serios, cómo determinar si estamos frente a información o imágenes reales, la necesidad de publicar y compartir con responsabilidad…

Tarea pendiente para nosotros y las nuevas generaciones, no dejar que nos atrapen las redes, enseñar a ser humanos y como humanos a entender lo que recibimos y lo que queremos compartir.