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Vanessa Rodríguez Egüez
Silencio y ruido

El silencio y el ruido pueden parecer contradictorios, pero los manabitas -que vivimos hace cuatro años un terremoto y hoy una pandemia global- somos las dos caras de una misma moneda. Representamos la valentía y los desafíos que tenemos ante las adversidades.

Jueves 16 Abril 2020 | 04:00

 El silencio y el ruido pueden parecer contradictorios, pero los manabitas -que vivimos hace cuatro años un terremoto y hoy una pandemia global- somos las dos caras de una misma moneda. Representamos la valentía y los desafíos que tenemos ante las adversidades.

Recuerdo el terremoto del 16A como un gran ruido: el ruido de la tierra rugiendo, de niños llorando, personas gritando, ventanas crujiendo, objetos chocando. Nunca más he escuchado un ruido así, un ruido que generó pánico e incertidumbre en tan solo un minuto.
En cambio, hoy, la cuarentena es de silencio: los parques, las calles, las escuelas, los buses… todos están en silencio, como apagados. Nosotros mismos estamos en silencio, sin poder hablar con los vecinos, con la familia. El mismo hecho de que tapemos nuestras bocas con mascarillas es un símbolo de que tenemos que callar, porque hablar, toser, respirar, representan peligro para nosotros o para los demás. Un buen amigo me dijo: “hay que hacer silencio y no sólo silencio exterior, el que sentimos en nuestras ciudades, sino interior. Hay que callarnos para escuchar las voces de Dios”.
El silencio del COVID y el ruido del terremoto han dejado en evidencia muchas cosas, entre ellas, la resiliencia de la sociedad manabita. Los psicólogos llaman resiliencia a la capacidad de las personas para sobreponerse rápidamente a las crisis. Así que resiliencia es vivir un terremoto, una pandemia, llorar a nuestros muertos, secarnos las lágrimas, salir a trabajar y aun así tener ánimo para alentar a la Liga y preparar un ceviche el domingo para la familia. 
Sin embargo, también han evidenciado que nuestras instituciones, especialmente nuestros gobiernos locales, no han estado suficientemente preparados para afrontar la emergencia. Esto se ha hecho notar en sus contradicciones, en sus descoordinaciones, en sus faltas de presupuestos, en la ausencia de planes de riesgos y en la débil capacidad de planificar la recuperación social y económica post-pandemia.
El ruido y el silencio han revelado que tenemos una sociedad resiliente, pero que nuestras instituciones locales aún no lo son. Ambas crisis son un llamado a la acción, a la colaboración entre ciudadanos y autoridades locales para juntos hacer que gestión sea más efectiva y transparente.
El silencio que ahora vivimos pasará de la misma manera que pasó el ruido del terremoto, pero quedaremos nosotros, manabitas resilientes y valientes, construyéndonos y reconstruyendo día a día para salir adelante.
 
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