El sector público, por su parte, tendrá, o deberá tener, nuevos enfoques. Ya no podrá ser el mismo. Se encontrará con contribuyentes esquilmados por la pandemia, con un aparato productivo herido de muerte en unos casos, severamente golpeado en otros y contusos todos, que luchará por erguirse otra vez.
Entonces el trabajo de los gobernantes regionales y municipales tiene que ser el de dar mano para que ese herido se ponga de pie, se incorpore a la vida y siga generando empleo y bienestar para la sociedad. No le queda más. Para ello, el sector público, regional, municipal y parroquial deberá ajustar su presupuesto y destinarlo exclusivamente a esta tarea salvadora. Debe cambiar radicalmente su manera de mirar los ingresos. Ni un solo dólar puede desperdiciar.
En esta línea, el sector público, a lo mejor tendría que realizar un ajuste de salarios, a los viáticos y en general a todo gasto por pequeño que sea para ahorrar el último dólar. Todo centavo cuenta para ayudar a la población. Y esta consagración al ahorro la debe hacer no como resultado de comprender que se está viviendo en un Ecuador distinto -sin ingresos, con desempleo creciente, con una estructura productiva paralizada- sino también porque solo levantando la producción pueden mejorar sus ingresos. Por tanto, la burocracia tiene en este tiempo y en los años por venir, otro papel que desempeñar y “jugar un partido con jugadores lesionados”: constituirse en el promotor #1 del desarrollo económico en sus jurisdicciones. Realmente esta tarea no es nueva. Lo que es nuevo es que el esfuerzo por lograrlo debe ser ingenioso, sacrificado y rompiendo paradigmas
En fin, las circunstancias exigen que alcaldes y prefectos se reinventen.