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De país en país
De país en país
Por: Rosa Dalia Cevallos

Viernes 10 Abril 2020 | 04:00

Las videncias o advertencias sobre el fin de la vida en el planeta no captaron que una simple molécula invadiendo un solo cuerpo humano llegaría a multiplicarse, a expandirse de país en país y atravesar los continentes.

Ninguna guerra comercial y quizás ni un bombardeo atómico habría originado el confinamiento de media humanidad, la caída del precio del petróleo, alteraciones en la bolsa de valores o la paralización de la industria turística: vuelos, transporte terrestre, cruceros y alojamiento. Los países desarrollados han estado preparados con  hospitales e insumos, sin tomar en cuenta planes de contingencia  en caso de ataques con armas biológicas, de un eventual lanzamiento de gérmenes mortales sobre países en conflicto, menos aún previeron que una simple molécula destruiría tantas vidas. Tampoco que la mejor arma para combatirlo es un simple jabón, alcohol o cloro.  En Ecuador, los modernos hospitales han aliviado la situación emergente por la que atravesamos.  Moreno había expresado que los hospitales de 500 camas no son funcionales y es  difícil administrarlos. Conceptos y críticas fueron en su contra pues hoy esas camas hospitalarias han alojado a muchos infectados con el COVID-19. Y aun así, con todo el supuesto despilfarro en el área de la  salud, no se alcanzó a cubrir las recomendaciones de la OMS con relación al número de habitantes.         

Sumado al pesar por el fallecimiento de cientos de ecuatorianos, apena oír  duros comentarios en diferentes canales internacionales por el colapso en la capacidad de morgues, crematorios  y cementerios, demostrados con imágenes de  familias no atendidas a tiempo. Hubo mucha irresponsabilidad en la llegada de viajeros de Europa y al autorizar un partido de fútbol en Guayaquil.
Mayor es el pesar por la partida de personas de nuestro entorno, personas valiosas en la comunidad. María Zambrano, Alfonso Santos, Teodoro Mera junto con su esposa; el cónsul de Chile, Gustavo Munizaga, traumatólogo, deportista, poeta siempre optimista. Carlos González Artigas, quien de pequeño vino a la hacienda El Napo, donde se desarrolló el empresario. Su padre, catalán, Ramón González Artigas, junto a la dama esmeraldeña Judith Díaz, era propietario también de Calzado Artigas, del Banco Manabita y de la desmotadora de algodón Inalca, hasta que pasó al Seguro Social, en los años 60. Años más tarde, Carlos González Artigas la arrendó  y luego creó La Fabril, de imparable crecimiento. Antes que Don Carlos, el virus implacable segó la vida de uno de sus valiosos ejecutivos, Daniel Cáceres. Gran pesar también  por Askley Delgado, dinámico mantense, expresidente de Anecafé y Anecacao y quien, fuera de nuestro  país, dirigió la Asociación Internacional del Cacao.
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