La vida es lo “primero de lo primero”.
Todos los esfuerzos orientados a salvarla hay que alentarlos sin descanso. Y en esta batalla por la vida los médicos, soldados de la salud, están jugando su propia existencia. Pero cuando de guerras se trata, la cadena de suministros es vital: tienen que llegar al frente. Y a manera de explicación, que no es excusa, se puede decir, con sobra de razones, que ningún país, por desarrollado que sea, se imaginó enfrentar un enemigo tan descomunal y ninguno ha estado preparado para librar esta guerra de dimensiones bíblicas.
Estamos siendo testigos como las grandes economías del mundo, las diez primeras, las diez más poderosas, han caído, una a una, de rodillas frente a este enemigo Dígase lo que se diga entonces, ningún país tenía las camas, recursos humanos y técnicos listos para cuando llegara el virus. De otro lado a nadie se le pudo pasar por la cabeza las consecuencias que está dejando la conflagración: negocios cerrados, fábricas paralizadas, desempleo creciente.
Es que el virus tomó de sorpresa al mundo. Es una tragedia mundial y hay que tratarla como tal y se requiere de ingentes recursos económicos para su solución. Los países desarrollados los tienen y ya han tomado medidas. Nosotros, por nuestra parte, primero tenemos que encontrar los fondos para que a nuestros “soldados” no les falte nada y sigan salvando vidas. Para ello se debe recortar todo el presupuesto que sea posible y donde sea posible para que esos fondos se los destine a atención de la salud.
Pero al mismo tiempo que se atienden los problemas de salud hay que ver las consecuencias de la guerra tal cual se están viendo en otras partes. Los negocios de todo tipo, cerrados, traerán quiebras y desempleo. Un economista argentino acaba de advertir que podrían presentarse los casos de personas que salen bien libradas del virus, y que después podrían morirse de hambre. Este fenómeno ya se ha entendido en muchos países y programas de asistencia y de ayuda a la recuperación de la economía están en marcha o en diferentes fases de desarrollo.
Algo debe hacerse en el país. He leído algunas propuestas orientadas a mantener la producción de pie para que el impacto en el empleo sea el menor posible. Por tanto, todos, asambleístas, alcaldes y prefectos, deberían dedicarse a tres cosas: a defender la salud, la producción y el empleo. Tienen que reinventarse. No les queda más.
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