Es, podría decirse, tal vez, a riesgo de que suene desubicado, un ejemplo de la verdadera democracia.
Hemos conocido algunos casos de personas muy conocidas, de envidiable posición económica y social, familiares muy cercanos a personajes políticos influyentes, que han sucumbido a la enfermedad. Es posible que hayan recibido un tratamiento diferenciado o que hayan tenido mayores posibilidades de salvarse, pero cuando la tragedia llega no hay discriminación.
Este mal nos recuerda que todos somos iguales, que la vulnerabilidad es la misma para todos, como ocurrió con el terremoto de hace cuatro años.
Las noticias de que hay miembros de la realeza infectados revelan esa realidad: nadie escapa a los peligros cuando se ciernen por igual para todos.
Es la realidad dura y tremenda que enfrenta la humanidad.