Actualizado hace: 940 días 23 horas 49 minutos
Walter O. Andrade Castro
El centralismo

Se comienzan a oír voces, como en el pasado también se oyeron, que el modelo centralista de gobierno, vigente en Ecuador desde su independencia, está agotado, básicamente porque es concentrador del poder - todo se decide allá- y por tanto injusto en la distribución de la riqueza nacional.

Miércoles 26 Junio 2019 | 04:00

Es un modelo que mantiene subyugadas las iniciativas de las regiones. Por ejemplo:  Por la confrontación entre el presidente Correa y el alcalde de Guayaquil, no se pudo dragar a tiempo el canal de acceso al puerto simplemente porque el poder de decisión no estaba en Guayaquil,  estaba -y está- en el centro y por cualquier razón no lo creyeron conveniente. ¿Quién perdió? Obviamente, la ciudad de Guayaquil, pero también el país porque el desarrollo portuario  se estancó.  Felizmente ahora ya se lo hizo.  Algo parecido ocurrió con el puerto de Manta: no obstante sus facilidades naturales, es un puerto totalmente subutilizado. La primera conclusión, entonces, sería que el centralismo -el poder concentrado- no comprende, o no entiende, o no da prioridad a lo que nosotros consideramos importante. Ellos tienen sus planes. 
El centralismo es, en consecuencia,  una cesión del derecho a dirigirnos, es delegar a otros que tomen por nosotros las  decisiones sobre nuestro destino y es un modelo que consagra la resignación. No podemos protestar a lo que nos dan. Es un modelo de gestión, como lo escribió un pensador,  que  “se construye con una administración que aglutina todas las funciones y facultades y que gobierna directa o indirectamente”.
Pero ¿en qué momento de la historia se decidió esa cesión de derechos?  No hubo tal, nació con  la independencia.  En EE.UU, la independencia, por el contrario, dio origen a un gobierno federal. En pocas palabras “existían trece colonias.... dependían directamente del Parlamento y la Corona inglesas. No tenían un gobierno central común sino que cada una era relativamente independiente de las otras. Al final del siglo XVIII, las colonias protestaron contra algunos impuestos, aprobados por el Parlamento inglés, que carecían del consentimiento de los colonos...”. Finalmente se aprobó  en la ciudad de Filadelfia en 1887...”la Constitución de los Estados Unidos de América y se  declaraba la autonomía de los estados (las antiguas colonias) dentro de la Unión. Además, cada nivel de gobierno (federal o estatal) tendría una división de poderes que seguiría la clásica formulación del jurista francés Montesquieu: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. 
Han pasado siglos desde aquella época y hoy las sociedades con mejor nivel de vida, más innovadoras, más prósperas, con mejores sistemas de educación y salud, son aquellas que disfrutan de autonomía. Es hora de que cambiemos.
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