Hace una semana Jennifer llegó a Portoviejo y sigue la misma rutina que en Colombia: Vender golosinas y agua mientras sostiene a su bebé que ya tiene diez meses. Asegura que no tiene con quién dejarla. 

La “chama” dice que  jamás se imaginó estar en esta situación, pero lo hace por necesidad, sin querer causar pena. 

“Es bastante incómodo porque cuando estaba en mi país, por ejemplo, en los buses siempre se subían vendedores y uno decía: ‘que fastidio’. Ahora yo estoy en lo mismo”, expresa la mujer, mientras permanece sentada en el parterre central de la avenida 15 de Abril, frente a El Paseo Shopping.

Félix Aular en cambio tiene siete meses en Portoviejo. Llegó solo, pero hace dos semanas su esposa llegó con sus tres niñas de 6, 10 y 12 años, quienes los acompañan mientras vende golosinas, pues dice que tampoco tiene con quién dejarlas y no confía en nadie.

Mientras Félix ofrece caramelos a los conductores, sus niñas permanecen sentadas en el parterre central de la avenida Universitaria.  Dice que no se trata de causar pena, pues su deseo es conseguir un mejor trabajo y en seis meses enviar de nuevo a su esposa y sus hijas a Venezuela para que continúen con sus estudios.

Controles. Connie Loor, directora de Inclusión Social y Salud del Municipio de Portoviejo, señala que con varios entes del Estado trabajan en esta problemática y han identificado unos cuatro casos de padres que trabajan con sus hijos. 

Recalca que han identificado que muchas familias sólo están unas semanas y luego se marchan. “Hay algunas que se mantienen y vamos a intervenir haciéndoles conocer las leyes ecuatorianas, de que no se puede exponer a los niños a pedir dinero u otro tipo de trabajo infantil”, indica.