“Estarían los monos traviesos que lanzaban cocos desde lo alto de las palmeras a los desconocidos.

 Clavaba sus uñas en el lodo. De zancada en zancada, pronto estaría en la cima de la montaña, observando de un lado su pasado y del otro su presente. Esa tarde no llovería, no habría sol ni nubes nubladas, el cielo estaría neutro, y detrás de una loma se formarían los colores del arcoíris y la gente del pueblo se alegraría. Suenan las campanas al final de camino. Ahí estaría su madre, su abuela, y todos los que han muerto y están enterrados en el cementerio de orugas. Estarían los monos traviesos que lanzaban cocos desde lo alto de las palmeras a los desconocidos. De la casa de campo no quedaría nada, solo un terreno lleno de lodo y maleza y los árboles que había sembrado de niña. En ese espacio se harían una foto; «selfie», diría la nieta menor, y las abuelas y madres hubieran reído y sin explicación habrían posado para la foto del recuerdo. Nada más cierto que regresar al pasado para entender el presente, nada más cierto que regresar al pasado para enderezar la línea del tiempo del futuro, donde sin dudarlo aún habitan nuestros ancestros.