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Venta de carbón
Cuando la vida se la ve solo en blanco y negro

Se tapan el rostro no por vergüenza, sino porque el polvo que sale del carbón les afecta. Sienten orgullo por la labor que hacen.

Miércoles 17 Octubre 2018 | 13:10

Mientras trabajan en silencio, Walter Salvatierra y Ariel Holguín ven la vida en blanco y negro, quizás más en negro que blanco.

Con la espalda curveada casi todo el tiempo, sus ojos apenas se divisan; una camiseta, en el caso de Walter, y una franela, en el de Ariel, les cubre el rostro, no por vergüenza a nada, sino porque el polvo negro que los sobrevuela es un fastidio a toda hora.
Tampoco tienen zapatos, no escuchan música -cosa rara en los jóvenes- y lo único que tienen al alcance de las manos son piedras de carbón, las cuales, de tanto en tanto, cuando son grandes, las parten con un mazo de madera, de esos que se usan en la cocina.
Un cisco en el piso da cuenta de los golpes asestados.
Ariel casi no habla, mientras que Walter, previa consulta sobre el alcance de la entrevista, echa para fuera lo que tiene dentro, que tampoco es mucho.
Detalles. “Aquí solo trabajo hasta el mediodía. La venta se la hace más temprano”, dice el hombre sin dejar de manipular la materia de su trabajo.
“Los que más compran son los asaderos de pollo, aunque también vienen los que quieren hacer parrilladas. Las amas de casa solo llevan las fundas de a dólar; los asaderos, en cambio, llevan las sacas que cuestan 15 dólares”, explica.
Su trabajo consiste en llenar saquillos, por los cuales ganan 1,25 dólares. Por llenar las fundas no cobran. Consultados sobre si su trabajo se limita a ensacar el carbón, Walter cuenta que también saben hacer carbón, aunque la materia prima está escasa y no solo escasa, sino prohibida.
“El mejor carbón sale del algarrobo, pero está prohibido cortar ese árbol, por eso lo hacemos de limón, que también ofrece una brasa pesada y duradera”.
Ariel casi no dice nada, apenas que no piensa seguir toda la vida allí, ya que estudia segundo año de bachillerato; el caso de Walter es más complicado.
“Yo no tengo ni primaria, pero tengo un proyecto para sembrar habas en unas tierras propias. Lo que pasa es que como no hay plata, uno tiene que trabajar en lo ajeno”, manifiesta.
Ambos viven en la vía a Junín, en el sector Arreaga, de donde llegan todos los días a bordo de una moto a esa bodega del mercado Nº 1, en la calle Julio Jaramillo de Portoviejo.
 
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