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Manta
El sueño del seguro

A sus 65 años, José Mero cayó en cuenta que seguirá trabajando hasta que el cuerpo resista.

Domingo 16 Septiembre 2018 | 11:00

José es pescador y labora  por las noches con un frío que entumece los dedos y en medio de una oscuridad que desafía su visión. 

Sale a las seis de la tarde y regresa a la seis de la mañana. Con suerte puede pescar la comida del día; con más suerte, vender ese pescado y ganar unos 20 o 30 dólares; sin suerte regresa con las manos vacías. 
Son las cinco de la tarde y el sol quiere esconderse  allá donde la vista se pierde y donde pronto se perderá José. 
Ahora desenvuelve una red rápidamente como quien lanza naipes en una mesa. Tiene los ojos achinados, las manos hábiles; es  moreno por oficio, no por nacimiento, porque  en el mar dicen que el sol pega duro y la piel se vuelve tosca. 
Por eso José ahora pesca de noche, aunque el frío entumece la piel, congela los huesos y el oficio no justifique el desvelo. 
“Uno gana poco y no tiene ni para darse vacaciones. ¿por qué  cree que la gente se ha tirado a andar en eso de las vueltas como le llaman ahora? Porque está difícil vivir, el trabajo no da”, dice José y aunque no lo llama por su nombre, las vueltas es cuando los pescadores deciden llevar droga en sus lanchas y por eso aún hay unos 350 pescadores detenidos en cárceles de México y Centroamérica. Antes había 800, pero fueron repatriados. 
“Mucha gente se va a eso, sea que caiga preso o que no caiga, ellos se ven obligados por la necesidad, este trabajo no da para vivir bien. Trabajamos toda la vida y nunca descansamos”, agrega José.
Un pescador: los de lancha, los de los barcos artesanales, los José,  pueden ganar hasta 350 dólares cada mes, o más, tal vez más, pero seguramente menos. 
Y trabajan toda su vida para después de los 60 o 70 años, cuando el común de los ecuatorianos piensa en jubilarse, seguir trabajando.
“Uno labora de noche y eso es duro. Si usted camina de día y ve un hueco se aparta, pero de noche usted no ve nada, y puede chocar o que no lo vea un barco grande”, cuenta José.  
Un censo realizado en el 2014 señala que en el país hay 43.634 personas que se dedican a la pesca artesanal. El 90%, es decir 39.226, no percibe el salario básico mensual (386 dólares en el 2018).   
Desde el 2011 esos pescadores tienen la posibilidad  de acceder al Seguro Social Campesino  cancelando un dólar con 79 centavos cada mes. 
Al principio hubo emoción, todo estaba bien, pero  ahora las medicinas han escaseado, dice Alberto Vélez, dirigente pesquero. 
Él señala que “se daban beneficios, medicinas, pero ahora ya no, los productos que se entregaban ya no existen”, expresa. 
Alberto dice que el asunto del Seguro Campesino nunca los convenció en su totalidad. 
Los dispensarios están lejos de las zonas pesqueras y eso se lo hicieron saber al expresidente Rafael Correa, quien negoció con ellos la afiliación, pero no fue posible lograr algo mejor.   
“El Estado recibe 300 millones de dólares por año del sector pesquero, pagamos impuestos, merecemos un mejor trato”, indica Alberto y tiene más quejas, más que reclamar. 
“Otro problema es el seguro a las lanchas y los motores. Les hemos presentado propuestas a las aseguradoras privadas y no quieren considerar a las fibras de vidrio porque dicen que  tienen un alto riesgo”.
En otras palabras, naufragan fácilmente y se las roban con frecuencia.  
Es lo que hay.  Jorge Constain, subsecretario de Recursos Pesqueros, dice que conocen de la  disconformidad de los pescadores con el Seguro  Campesino. Saben  que ellos reclaman porque los centros médicos quedan lejos de las caletas pesqueras. Y ese es un tema que en su momento se consultó con los directivos del IESS  para saber si era posible crear centros de salud para pescadores y dijeron que no, pero que iban  a revisar cómo mejorar la atención.
Pero sí hay un paso positivo, resalta  el funcionario. 
Cuenta que está en camino un seguro que cubrirá la embarcación y el motor.
Este funcionará de la siguiente manera: el primer año el Gobierno asumirá el 100 por ciento de la póliza, 537 dólares por nave; el segundo año lo cubrirá el Gobierno en un 60 por ciento y el pescador en un 40 por ciento y el último año lo cubrirá´un 100 por ciento el pescador.  
Para eso hay un presupuesto de cinco millones 637 mil dólares. 
“En su tiempo hubo un seguro para las embarcaciones, pero por la alta siniestralidad que existe en la pesca, las aseguradoras no vieron atractivo seguirlo ofreciendo. Había demasiado robo de motores”, explica. 
Ahora se ha retomado el tema porque tener un seguro será un requisito para  sacar el permiso de pesca.
En Manta la mayoría de accidentes laborales están vinculados a la pesca, según el Departamento de Riesgo de Trabajo del Seguro Social.
En este cantón cada año se registran hasta dos muertes por accidentes laborales en barcos, de acuerdo con  un registro de  la Facultad de Ingeniería Industrial de la Universidad Eloy Alfaro. 
Las lesiones más comunes en esta actividad  son cortes, pérdida de dedos, afectaciones en la columna, caídas y  fracturas.
Ramón Castro, dirigente pesquero de Jaramijó cuenta que cada vez que ocurre un accidente laboral o muertes, los armadores de barcos artesanales son los que se hacen cargo de los gastos. 
“Los seguros en el área artesanal son escasos y por eso es que buscamos tener un seguro social propio”, señala.
Ramón dice lo que muchos han repetido:  la pesca  es un trabajo de riesgo. Cada mes se pierden o roban lanchas, en otras ocasiones se hunden los barcos “y es en ese momento cuando quebramos y nos  dedicamos a vender agua o helados porque no hay presupuesto para empezar de nuevo.
Una lancha con dos motores, que es la que usan los pescadores actualmente, pueden llegar a costar 25 mil dólares. Un motor 
está valorado en 7.800 dólares.  
 
>espera jubilación. Ojalá que lo logre. Santo Flores está intentando recuperar el dinero de un seguro internacional que, le dijeron, tenía mientras navegaba en un barco mercante. 
Trabajó 36 años en altamar y ahora que se retiró le dicen que nunca estuvo asegurado. 
“Llevo meses viajando a Quito para resolver ese problema, pero no hay solución”, dice Santo, 74 años, ojos pequeños, rostro agrietado, mirada cansada. 
Fue mucho el tiempo que trabajó en el mar para ahora no tener nada, señala. 
Y es verdad, no tiene  nada porque hace un mes se quemó su casa y apenas quedó con la pantaloneta y la camiseta que llevaba  puesta. Luego le ayudaron con otras prendas. 
Pero Santo tiene una esperanza. Antes de retirarse se afilió al seguro social de forma voluntaria y paga sus aportaciones mensuales. 
Aún le faltan 16 para jubilarse y recibir una pensión. Eso es como un año cuatro meses. 
“Quiero que el tiempo pase rápido para descansar, la pesca no es fácil, somos la ultima rueda del coche”, cuenta Santos, quien ahora cuida baños públicos en la playa de San Mateo. Él necesita vivir de algo, la pesca sólo le dio de comer 
hasta que el cuerpo dijo basta. 
 
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