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“No me olvides, Laura”

Aquilino Palma cuida de su esposa Laura Macías, quien padece de alzhéimer. Ellos acuden todos los días al centro geriátrico.

Lunes 13 Agosto 2018 | 11:00

Ya no se acuerda de él. Pero Aquilino nunca la olvida, y  ese es el secreto, asegura,  para ganarle al alzhéimer,  que el que tiene la memoria sana no debe olvidar. 
Ya apenas conversa. Ya no recurre a ese diálogo fluido que terminaba en una bella sonrisa. “¡Qué lindo que sonreía!”, dice Aquilino. 
“Y cómo hablaba. Era una buena conversadora, ¿sí o no, mija?”, le pregunta con la mirada tierna y ojos de amor.  “Te acuerdas de mí. Yo soy tu marido, Aquilino, a ver diga mi nombre: ¡A-qui-li-no!, repita ¡A-qui-li-no!”. Laura no dice nada.  
Sus ojos están confusos. Ella no se acuerda de él, pero lo importante es que él no la olvide. 
Puede que Laura haya olvidado muchas cosas, pero Aquilino está allí para recordarlas. Para ella es un extraño, alguien que la ama, pero ella no sabe por qué,  y él se  lo recuerda,  día a día se lo recuerda, con recuerdos se lo rememora. 
En Ecuador hay 59 mil personas con alzhéimer. Y cada uno  vive su drama: olvido, desorientación , miedo, locura. 
Laura, de 81 años, vive su drama, pero ella tiene a Aquilino: amable, cabello cano, voz baja. Él se ha convertido en su memoria. 
 
>En el almuerzo. Huele a comida. Hay comida. 
Al medio día en el centro geriátrico del municipio los sabores se toman el ambiente y al menos 50 ancianos comen despacio, mastican despacio, y Aquilino es el más lento de todos, porque no solo debe comer él, sino darle de comer a Laura. “Y ella come mucho”, dice. “Tiene buen estómago”.  Coloca una mano bajo el mentón de su esposa y con la otra levanta el vaso con jugo. Lo hace con sutileza, como si ella fuera de porcelana. Y Laura lo observa con ojos de duda,  arruga el entrecejo y no habla, traga el jugo. Más tarde pedirá más porque no se acordará que ya tomó. 
Laura y Aquilino llevan 59 años juntos. Y lo recuerda porque no tiene alzhéimer, que la conoció a los 21 años cuando ella tenía cinco hijos. Enseguida la amó, la quiso tanto que se casaron. Luego tuvieron cuatro hijos más y se dedicaron a vivir, él como pescador y ella lavando ropa. 
Luego llegó la vejez, que se le metió despacio al cuerpo y rápido a la mente, porque empezó a olvidar, y de eso ya hace diez años. Aquilino no lo olvida, él no tiene alzhéimer. 
Diez años han pasado desde entonces y Laura ya no recuerda mucho. Empezó quemando el arroz porque se olvidaba que estaba cocinando, siguió con el nombre de las calles, luego ni siquiera supo quién era. 
Aquilino buscó a un psicólogo para que le enseñara cómo cuidarla. El psicólogo le dijo que debía tener paciencia y no refutarle nada. No debe gritarle, ni regañarla, porque las personas con alzhéimer sufren de “corajes” fuertes. 
Aquilino lo entendió y se grabó aquello de que debía recordarle cada día quién es ella. No debe dejar que olvide. Laura también supo que algún día se borrarían sus recuerdos y se enteró además que era inevitable, por eso, luego de meses en tratamiento, decidió abandonarlo. 
Se negó a que la siguieran llevando al médico y decidió olvidar con dignidad, en su casa, con su marido; no en un consultorio, eso no era digno.
Desde entonces todas las mañanas salen del barrio Jocay, toman un bus y llegan al centro geriátrico en Urbirríos. Allí se ejercitan, hablan con amigos, almuerzan. Aquilino sabe muy bien su rutina, Laura la olvida cada día. 
Él es cariñoso, no deja de abrazarla, le toma la mano, se zambulle en su mirada. Dice que no es como otros hombres que al llegar a “viejos” ya no besan a su mujer, él aún lo hace, aún le gusta su “viejita”. 
-¿Y qué es lo que más le gusta de ella?
-Me gusta que aún no me rechaza, ya no sabe mi nombre, pero sabe que soy el hombre que todos los días la viste y le da de comer. A veces se olvida, pero yo se lo recuerdo. El día que me rechace sería muy triste. 
Aquilino dice que hay algo de él que ella no olvida, porque aún le hace caso. 
“Tal vez el alzhéimer borre lo que está en la mente, pero no lo del corazón”, expresó. 
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