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Portoviejo
Lleva 17 años en el piso y se arrastra para poder moverse

Verísimo Saltos tiene 82 años, 17 de los cuales los ha pasado a ras de piso, apoyado en sus brazos para recorrer los espacios de su casa.

Miércoles 25 Julio 2018 | 12:41

Cualquiera podría pensar que se trata de un mal congénito, pero esta calamidad de por vida le sobrevino en el sitio del Higuerón de Picoazá, en el 2001, cierta vez que el destino le jugó una mala pasada: una carga de madera se le vino encima y lo dejó maltrecho y sin curación alguna.

“Iba en una camioneta llevando material para construir esta casita cuando sucedió el accidente”, recuerda don Verísimo mientras, bajo el umbral de su puerta, mastica con ansias un pedazo de piña que ha cogido de otros pedazos que tiene al pie suyo.
Recuerda que después del accidente estuvo internado en Portoviejo durante dos meses; allí solo le comprobaron que su daño en la columna era irreversible y para calmar sus dolencias debía acudir a los analgésicos u otros paliativos.
Postrado en la cama, junto a su esposa Socorro Morrillo afrontó los sinsabores de tal calamidad hasta que ya no pudo más. Debido a que su movilidad era nula, en la zona del coxis desarrolló una úlcera que en poco tiempo se le infectó, lo cual puso en riesgo su existencia.
Un vecino suyo, Ángel Morrillo, se encargó de llevarlo a hacer ver las veces que fueron necesarias. Así mejoró de aquella úlcera, pero su cuerpo siguió vencido, sin poderse erguir, resignado a la desgracia de que todo -excepto los zapatos- quedara muy lejos del alcance de sus manos. 
Debido a que su mal es incurable, su itinerario ahora se limita a ir de Charapotó a Rocafuerte o a El Ceibal, en donde es atendido por sobadores que calman sus dolores por unas horas.
El vecino Morrillo es quien se encarga de llevarlo en su furgoneta, desde luego, sin costo alguno.
Una casa. Aquietando el ímpetu de su emoción -los ojos nunca piden permiso para llorar-, don Verísimo indica que lo único que quiere es que lo ayuden con una casita, porque “esta ya está podrida”.
La estructura, toda ella de caña y con sencillos enseres, tiene un dormitorio y una cocina por cuyos pasillos demasiado estrechos no puede circular una silla de ruedas que, hace un mes, le dieron del Ministerio de Salud. El piso también es de caña, lo que complica la movilización en la mencionada silla, que yace arrinconada, sin uso.
Por eso, Verísimo mejor se arrastra hasta cumplir sus objetivos. Incluso para ir al baño se desliza por el suelo; debido a la imposibilidad de erguirse o de que su esposa lo levante, las necesidades las hace sentado, lo que genera un esfuerzo adicional para su esposa.
Producto de esos esfuerzos, a don Verísimo le duele todo el cuerpo y es frecuente que, a media noche, se despierte aquejado de calambres insoportables en los brazos y piernas, los cuales solo se calman con la asistencia de su esposa o de sus vecinos.
“Ellos siempre nos ayudan, nos dan cualquier cosita, así vivimos”, cuenta el hombre, quien cuando gozaba de salud se dedicaba a vender pescado en el Mercado 1 de Portoviejo.
Carencias. Gran parte de sus necesidades provienen del hecho de que, debido a que tiene seguro, le quitaron el bono de ayuda Joaquín Gallegos Lara desde hace tres meses. 
Según don Verísimo, su hija María Asunción, quien vive en Guayaquil desde que se casó, ha hecho los trámites para obtener una casa; sin embargo, este dato no pudo ser verificado plenamente en la coordinación zonal del Miduvi.
De forma extraoficial se supo que, cuando se presentan casos como estos, lo procedente es enviar a los gestores sociales, quienes hacen una inspección y levantan una ficha técnica en la que se informa de la gravedad del caso.
Don Verísimo tiene la corazonada de que, si lo visitan, esta vez la ayuda llegará. Está convencido...
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