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TEMA
Cuando los hijos mueren

Dos madres cuentan el dolor que han sentido al perder a uno de sus hijos.

Martes 24 Julio 2018 | 11:00

La vida le jugó una mala pasada a María Barre y le dio donde más le dolió.
Ella siempre pensó que algún día sería enterrada por sus hijos. Esa era su lógica, y no que ella diera el último adiós a alguno de sus hijos.
Ocurrió para ella lo peor. Hace 11 años su hija Johana Cedeño Barre, que en ese entonces tenía 25 años, murió víctima de un aneurisma cerebral.
Era diciembre de 2007 y, como cada año, la familia iba a viajar a Guayaquil a comprar ropa para las festividades de Navidad y Fin de Año.
Ese año Johana no pudo viajar por cuestiones de trabajo, además que ese fin de semana conocería a los padres de su enamorado.
Antes de irse de viaje, María pasó por la habitación de su hija para despedirse. “Que tengan buen viaje, se cuidan; Dios le bendiga”, fueron las últimas palabras de Johana para su madre.
Esas palabras María nunca las va a olvidar. 
Los hermanos y el papá no se despidieron de ella porque era un viaje de horas.  Por la noche estarían todos en casa. 
Cuando la familia llegó a  Guayaquil la llamaron para saber cómo estaba, y ella les respondió que “bien, compren bastante”.   
Todo parecía normal hasta las 11 de la mañana, cuando trataron de comunicarse nuevamente y ya no pudieron. 
Pasaron las horas y la incertidumbre se incrementó porque no respondía las llamadas. A las 16h30 los compañeros del trabajo de Johana se comunicaron con los padres para preguntar por qué ella había faltado.
Ya de regreso a Manta, a la altura de La Pila, el papá aceleró el carro porque  presentía que algo malo estaba pasando. 
Al llegar a la urbanización le preguntaron al guardia por Johana, y la respuesta que recibieron fue que ella no había salido de la casa.
Cuando entraron al domicilio observaron que todo estaba normal, hasta que entraron al baño del cuarto de Johana. Ahí estaba tirada en el piso, inconsciente.
        En medio de la desesperación, la llevaron a una clínica. Los doctores le hicieron los chequeos y se le detectó un aneurisma cerebral.
La peor noticia no tardó en llegar. Los doctores les dijeron que el caso era perdido porque estaba en estado vegetal. Pero los padres esperaban un milagro.
Tres días estuvo conectada a un respirador artificial  hasta que dejó de existir.  María estaba resignada a perder a su hija; su dolor era tanto que no quería estar en la clínica.
“La gente dice que lo siente, que aprenda a llevar las cosas, pero es algo muy difícil que no se lo deseo a nadie”, expresó María.
Los días después del sepelio fueron los peores en su vida. No quería regresar a la casa porque los buenos recuerdos de su hija estaban allí.
María conserva carteras, ropa y hasta el celular que ella utilizaba. Ahora trata de salir adelante por sus otros dos hijos. 
Esta triste jugada de la vida unió más a esta familia.  Ahora, sea cual sea el lugar al que vayan, se despiden, porque nadie sabe si es la última vez que se vean.
Hay palabras como viudo o viuda que designan a quien sobrevive a la muerte de un cónyuge, o huérfano a quien ha perdido tempranamente un padre. Sin embargo, no existe palabra alguna para quien sufre la pérdida de un hijo.
Los psicólogos dicen que cuando el motivo ha sido una enfermedad degenerativa y la persona querida se ha ido apagando poco a poco, los padres se han podido ir adaptando a esa sensación de estrés que produce la muerte. No ocurre así cuando la muerte ha sido por accidente.
En ese caso los padres pueden llegar a sufrir un intenso sentimiento de culpa, pues se asume que la seguridad de los hijos es competencia de ellos. Si la muerte es, en cambio, por propia elección, los progenitores tendrán una sensación de abandono extrema y, además, estarán golpeados por las dudas, la autocrítica y la búsqueda de explicaciones. En cualquiera de los casos, el duelo por el hijo muerto es personal e intransferible.
 
>LO CUIDÓ HASTA EL FINAL. Al contrario de María, a quien la muerte de su hija la tomó de sorpresa, Martha Vélez tuvo tiempo de preparar todo y tener algo de resignación.
Miguel era el segundo de tres hijos de Martha, y hace dos años murió por un cáncer de estómago. La enfermedad se la detectaron un año y medio antes de su muerte. 
Martha contó que ver sufrir a su hijo por la enfermedad fue lo que más le partió el corazón. Los fuertes dolores y no poder comer hicieron de Miguel un joven  flaco y pálido.
Siguió el tratamiento y las medicinas se las tomaba al pie de la letra, porque de eso se encargaba María.
Aunque los doctores les explicaron que la enfermedad era muy complicada de tratar porque es un cáncer muy agresivo, ellos nunca bajaron los brazos y lucharon hasta el final.
Miguel fue operado para retirar un tumor del estómago y le hicieron varias quimioterapias.
Martha lo cuidaba y no quería separarse de él ni en el hospital ni en la casa.
Al final murió un 15 de abril del 2016.
 
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