Las casas de Jorge Montenegro, Hipólito Suárez y José Quijije eran de las pocas que había, porque en verdad que no resultaba muy alentador instalarse en un lugar en el que las culebras se paseaban a sus anchas por patios y calles.

“Yo me vine por acá porque mi mamá era cristiana y me dijo que pusiera una tienda”, recuerda doña Marlene.

De más está decir que no había agua, energía eléctrica ni ningún otro servicio, debido a lo cual la existencia se complicaba mucho.

“En invierno el agua subía de ‘win a win’, a la rodilla, aunque eso no ha cambiado nada”, cuenta la moradora, quien hace hincapié en que obras buenas por allá casi no hay y están igual que hace mucho tiempo.

Tiene palabras duras para las autoridades municipales, a las que acusa de no haber cumplido ni media palabra de lo que han ofrecido. “Ofrecen, pero nunca cumplen lo que dicen”, recalca. 

Sus declaraciones, impregnadas de desaliento, suben de tono cuando se le pregunta por las obras. Piensa un momento, mira hacia los costados y contesta, muy segura de sí: “nada, nada bueno”.