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Portoviejo.
13.600 voltios no pudieron con él

Peter Ibarra Peñafiel tiene 49 años, pero los últimos 4 no los ha vivido: los ha sobrevivido en medio de una “tragedia con suerte”.

Domingo 17 Junio 2018 | 10:00

Sentado en una silla de ruedas de tortuosa movilización, debido a que se mueve en espacios pedregosos, Peter muestra un cuerpo del que es difícil elegir la menor de las dolencias.

Quizás consciente de ello permanece en un rincón de su pequeño negocio de frutas en el barrio San Alejo, bajo una carpa, desde donde echa la mirada atrás para recordar el día aciago que le cambió la existencia.
“Estaba trabajando -yo soy maestro de obras- en una casa por la clínica Fortaleza, haciendo una visera de 7 metros. Recuerdo que estaba garuando y pedí a mi oficial que me pasara una tabla verde para hacer un encofrado”, confiesa Peter sin encontrar justificación a su desgracia, ese 25 de octubre del 2014, cerca de las 10h00.
Asegura que nunca hubo contacto con el cable de alta tensión de 13.600 voltios, pero la fuerza de la energía lo haló con todo hacia arriba y luego lo tiró violentamente sobre un montículo de lastre. Pese a la caída, no perdió la conciencia y pudo ver la magnitud de lo que le había acontecido.
Como consecuencia del choque eléctrico su cuerpo casi se desbarata: se le reventaron las manos, los talones, se quebró ambas clavículas, el ojo derecho casi se le revienta y, lo peor, la columna vertebral se le dividió en cinco partes, como si fuera una figura de lego.
“Primero me embarcaron en una Nissan vieja rumbo a la ciudadela Municipal y de allí al Verdi Cevallos, en donde me pusieron en una camilla de plywood y solo me daban paracetamol”, recuerda Ibarra, mientras se acomoda una funda plástica en la que guarda una sonda para poder orinar. Otra de las consecuencias del accidente.
> ALTO COSTO. Del Verdi Cevallos se lo llevaron a Quito, al hospital Eugenio Espejo, lugar en el que fue operado cuatro veces: dos en la columna y dos por una gastritis. Los gastos, que llegaron a sumar 6.000 dólares, los cubrieron sus familiares, amigos y otras personas que organizaron rifas y bingos para ayudarlo.
“Cuando me operaron la columna debía gastar, todos los días, en unos pañitos que costaban 48 dólares cada uno”, precisa el hombre, en cuyos ojos verdes una marca café, minúscula, confirma la descarga bestial de 13.600 voltios.
Los dueños de la casa en la que se accidentó apenas le reconocieron 500 dólares, pero él no guarda rencor; habla sin resentimientos y solo pide ayuda no para él, sino para su hijo Johnny Alejandro, de 30 años, quien sufre de esquizofrenia.
El dinero para costear los gastos que generan sus dolencias, por ejemplo unas pastillas para evitar la infección urinaria, sale de la venta diaria de mandarinas, sandías y una que otra fruta más.
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