Hoy la nostalgia me apretuja el alma, los fantasmas de tu amor me llaman y te quiero contar por qué nunca te voy a olvidar: Conozco tu cara y tu alma, y no hay gente más buena que yo haya visto en otro lugar.
Eras un noble guerrero, un halcón montañero que subía ligero cuidando a los demás y lo mismo debes estar haciendo en el reino de los cielos.
Te lo digo aunque me lleve el llanto y con la emoción de ser un Moreano. He seguido tus consejos aunque no he podido cumplirlos todos, como aquel que el matrimonio es para toda la vida y el truco es dejar que la mujer mande en la casa y no hacer caso a sus celos.
Gracias por la oportunidad de dejarme manejar la camioneta, aquel día de los años 90’s, cuando osadamente te dije que sabía manejar y no te inmutaste con las maniobras dando la vuelta a la manzana; al parecer la impericia continúa porque tu bisnieto Oswaldo Assad no ha podido callarlo.
Trato de imitar tu don de caballero y respetar tu legado, fundaste aquella cooperativa de bus interprovincial y la administraste impecablemente, aunque miserablemente aquellos desmemoriados no se han hecho presentes aun a un año de tu partida, ni han reconocido tu aporte a las bases que dejaste para su bienestar colectivo.
He cuidado entrañablemente lo que me heredaste, carácter, determinación, el hábito de la lectura y el gusto por la leche chocolatada con guineo.
Recuerdo que tu amor conmigo no sabía de distancias, y los besos que tanto nos dimos fueron como el agua y la luz que trajo a nuestras vidas, alumbró la casa que era nuestra casa. Hoy quisiera devolver el tiempo para no dejarla.
Regresa abuelo, por el camino viejo, recoge los pasos y empecemos de nuevo. Regresa a la tierra del olvido, con tu voz enamorada invocando a la guagüita.
Te prometo que, si regresas, dejaré el cigarrillo y el café, los cuales me acompañan junto con mis lágrimas en este momento de escritura con música de Carlos Vives.
Aplicaré tu recomendación de hacer caso omiso a la envidia mediocre que tanto ha sufrido el sacrificado progreso, dentro de la sencillez y nobleza de nuestro apellido.
Te prometo también, que cuando nos volvamos a encontrar no habrá tiempo para tristes despedidas, ni mañana que no te quiera abrazar, ni una tarde que no te pase a buscar.
No habrá un instante que no adore de tu vida, orgullosamente me llamo Oswaldo Moreano. Regresa padre mío, como regresa el viento. Acudiré raudo para volverte a abrazar. Charlaremos y volveré agradecer tu superlativo amor filial, cuando nos volvamos a encontrar.