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Editorial
Ramón Andrade: “el abuelo”

“Mi existencia es un fragmento de tiempo, un eslabón del infinito.” Era un sábado al caer la tarde, como de costumbre visitábamos a los abuelos hasta que cierren el almacén.

Domingo 07 Enero 2018 | 04:00

 Entre tantas cosas nos propuso que trabajemos los fines de semana, a lo cual mi hermano y yo dudamos al principio por el carácter de abuelo y porque estábamos justamente en la edad de las fiestas de colegios y compromisos propio de la época. Pero al final accedimos, un nuevo periodo de ilustración nos aguardaba el próximo fin de semana.
Hasta que llegó el tan esperado sábado, a trabajar, carajo, se ha dicho. Abrimos el almacén y empezó el aprendizaje al estilo Ramón Andrade, que duró hasta que tuve que dejar la Norma. 
Comenzó la jornada barriendo el portal, la vereda, el almacén, limpieza de la vitrinas y cada una de éstas labores con una buena y extendida reprimenda; era obvio,  jamás hicimos eso en nuestra casa.
Una vez cumplidas todas y cada una las actividades, ahora sí... a atender al público con nuestras fallas propias por la falta de experiencia, a lo cual nunca faltó un súper e hiper regaño: estábamos conociendo al padre de ocho hijos, jodido como ninguno. 
Así pasamos, más o menos unos dos años, con mi hermano Marco, el primo Juan Pablo y la tía Noralma.
Pasado éstos dos años, de a poco le fuimos bajando la guardia al abuelo; y, como dicen por ahí, una cosa es ser padre y otra muy diferente abuelo. 
El carácter era el mismo, por no decirlo intratable, pero era evidente su cambio hacia nosotros; y desde este momento en La Norma se convirtieron los días sábados y domingos, para el abuelo, en días de relajación y diversión. 
Recuerdo cuando abuelo nos decía: “Miren, diez personas para comprar una aguja”. El almacén se llenaba y le cambiaba el genio. Cuando nos enviaba a cambiar un billete, no podíamos regresar hasta que retornáramos con el suelto (mensaje a García). Tambiénrecuerdo cuando Marco le hizo dos bromas fantasmales: una, con el control remoto debajo de la cama, que se lo prendía a cada rato; y la otra fue cuando, así mismo, debajo de la cama, Marco agarró el auricular y le encendió el speaker del teléfono y le decia: “Ramoooon, Ramoooon, Ramoooon”. En ambos casos la risa lo delató. 
Una ocasión llegó una señora a comprar un reloj de pared que no había; pero el abuelo alcanzó a observar que la clienta se iba; de un carajazo nos dijo: “llamen a la señora y tú anda arriba y trae el reloj que estaba en el comedor. Una vez abajo lo limpió y funcionando lo vendió. La señora se retiró feliz con su reloj de pared y mi abuela quedó casi un mes con la pared vacía
También no puedo dejar de mencionar al Sr. Clodoveo Cevallos, al Ing. Childerico Cevallos, al Dr. Humberto Moreno y Parraguita, siempre infaltables en sus visitas y sus charlas intensas.
A Don Ignacio Mera que le decía mi cholo y sus tertulias sobre sus vidas y la familia. Nosotros éramos mero espectadores; y de vez en cuando inoportunos con nuestras preguntas.
La Norma siempre mantuvo ese toque acogedor, donde los clientes entraban y salían comprando, aunque sea otra cosa. El lema: “En Almacén La Norma, hay desde una aguja hasta un carro”: Ramón Andrade.
Abuelo Ramón, hasta la vuelta y en el lugar que sea. 
 
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