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Los Ríos
El retorno de María

Esta es la historia de una mujer que salió de su casa en 1981 y regresó la semana pasada.

Jueves 04 Enero 2018 | 11:00

Es la historia de María Vélez, de 52 años, morena,  del sitio Piedra de Plata en Chone, quien se ha reencontrado con su familia 36 años después, porque así lo quiso Dios, porque así lo permitió Facebook .

María Vélez es mujer de campo, se expresa como en el campo. En su hablar están esas palabras que hacen retroceder el tiempo.  
Especialmente cuando  narra  que salió con su esposo rumbo a Quevedo, tenía 16 años,  muchacha enamorada, cegada. 
Dejó a 14 hermanos y a sus padres en su pueblo y luego perdió comunicación con todos, “yo con ellos y ellos conmigo”, expresa.  
María Hermelinda Vélez Ganchozo se enamoró del hombre equivocado, pero ella no quería entenderlo. 
Tenía fama de “malo”, asesino en esos tiempos, él y su familia, todos sin excepción. 
Sus padres se lo dijeron y María no escuchaba razón. Pero lo supo después, cuando veía morir a balazos a sus cuñados y cuando un primo mataba al otro, y el suegro hacía arrodillar a la suegra a punta de fuetazos, marcándole la espalda con “bolleros”.   
En su familia nadie quería a su marido, solo María lo amaba.  Por eso, en 1981, él la sacó de Piedra de Plata y se la llevó a otro recinto en Quevedo. 
Lejos, bien lejos. A dos horas del pueblo  más cercano. Donde nadie supiera de ella, donde no pudiera salir y le prohibió que lo intentara. 
Le dijo que si su familia no lo quería, él tampoco permitiría que ellos la vieran. Por eso no pudo volver. 
El marido vigilaba. Si María ponía un pie fuera de la finca era golpeada con ramas, jalada del cabello y arrastrada por la casa. Hasta ahora le duele el cráneo por  esos jalones, dice. 
Era malo, expresa María, pero un día, 15 años después de llevársela, desapareció sin dejar rastro. 
Así nomás, como si la tierra se lo hubiera tragado.
Ocurrió una mañana. El hombre salió “vestidito”, con ropa de calle y no regresó.  Nunca lo volvió a ver. 
La historia se repetía, pero esta vez era ella quien quedaba esperando y con la cabeza llena de dudas. 
Lo buscó en cárceles, hospitales y morgues, pero nadie “le daba razón”. 
Se sentía viuda. Cada vez que hallaban a un “muertito” en la carretera, en las montañas o en los potreros, María corría a ver si era su marido, pero nada, no era él.   
Él simplemente se fue, desapareció.   Lo buscó por cinco años, hasta que dejó de sentir en el pecho ese presentimiento de que iba a volver a casa, y entonces, solo entonces, se sintió liberada, sin miedo de que regresara.  
María quedó con seis  hijos. Cuando ellos preguntaban por su padre, ella  respondía que había salido y que regresaría pronto, una mentira piadosa. 
Luego cambió de recinto, en la misma ciudad de Quevedo. Quiso buscar a su familia, pero tenía 15 años sin salir de allí y no recordaba dónde vivían, incluso supo que se habían cambiado de casa.
María lavaba ropa y cocinaba en “casa ajena” para criar a sus hijos: cuatro mujeres y dos varones. Los hizo personas de bien, algunos estudiaron, otros no, y ahora viven en Quito. Llegaron allá por trabajo y la visitan frecuentemente en su soledad, porque María ahora vive sola. 
Esa es la primera etapa de  su vida y cuando la recuerda se entristece, se le corta la voz y se humedecen sus ojos. 
No llora del todo, no se lo permite. Creo que lo hace porque ha sido una mujer sufrida, “luchona”, que ya lloró lo suficiente en su vida y que no tenía familia que la consolara. 
> EL REENCUENTRO. Hace tres meses María recibió una llamada de una sobrina que no conocía, hija de una hermana que recordaba de dos años de edad, hablándole de una familia a la que no veía hace 36 años. 
Le dijo que se llamaba Cándida y que había llegado a ella a través de una tía de su esposo, que a la vez es mujer de un cuñado de María. Enredos de parentescos, cosas de familia. 
“Soy la hija de Carlota”, le comentó. “Usted es la hermana de mi mamá, me parezco a una hermana suya y la familia quiere volver a verla”. 
Quedaron en encontrarse en el hospital Sagrado Corazón de Jesús, de Quevedo. María cuenta que la reconoció enseguida, porque si algo tiene es que reconoce a su sangre.   
La llevó a su casa, comieron  gallina criolla y planearon  el viaje a Manta. 
María preparó maletas, dejó Quevedo, se fue sin hijos, sin nada, como cuando salió en 1981. 
Desde entonces se ha reencontrado con cinco hermanas. Se enteró que su padre falleció meses después de que ella se marchó, su familia dice que por la pena. 
Volvió a ver a su madre, anciana, con 95 años encima y con pocas fuerzas para hablar. La abrazó y ella le dijo entre balbuceos: “cómo así te acordaste de mí”. María lloró. 
A María Vélez aún le falta reencontrarse con el resto de sus hermanos. 
Quiere recuperar el tiempo perdido, conversando, escuchando las historias de la familia, enterándose que hubo un tiempo en que creyeron que estaba muerta, porque le perdieron el rastro. 
Esta es la historia de María Vélez, la mujer que regresó en el 2017, diciembre 26 exactamente, y que recibió el año con su gente. Como no lo hacía desde 1981, cuando salió de su casa y no la volvieron a ver.  
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