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83 detenidas se dan apoyo en la cárcel

Estar entre cuatro paredes no es fácil para ninguna mujer. El secreto para estar un poco tranquila en la cárcel es mantenerse ocupada.

Domingo 31 Diciembre 2017 | 03:00

 Si una detenida se queda de brazos cruzados se afecta por los pensamientos derrotistas, advierten las mismas internas.

El éxito está en recordar lo mejor de otras épocas, los días cuando se recorría las calles sin contratiempo y valorar la libertad, recomiendan. 
Rosa, nombre protegido, es oriunda de Flavio Alfaro. Al margen del motivo por el cual está presa y pagando una condena de cuatro años (apenas lleva seis meses), reza para que el tiempo pase ‘volando’ y así salir rumbo a su casa en la campiña manabita.
Dicen que anhela bañarse en las aguas del río. 
“Aquí lo único que se disfruta es mirar hacia el cielo. El encierro, por mucho buen trato que se tenga, hace daño. Entre los compañeros terminamos haciendo una gran familia”, dice a la vez.
Ella cumple condena en la cárcel de mujeres en el expenal Tomás Larrea de Portoviejo. Son 83 internas (tres de ellas transexuales).
>Armonía. En su ciudad, recordó Rosa, no hay muchas actividades; sin embargo, las tareas del hogar y el cuidado de los hijos son suficiente para llevar una vida feliz.
“Aquí bordamos, cosemos y nos mantenemos ocupadas, pero llega un momento en que los pensamientos traspasan las barreras y uno se imagina estar afuera, con su gente, disfrutando y llevando una vida en paz. Estoy aquí por cosas de la vida”, declaró. 
La entrevistada tiene 35 años, pero parece de más edad. 
Lo atribuye al esfuerzo tempranero que hacen en el sector rural, cuando de niños deben realizar actividades agrícolas y responder como un adulto.
 
>Inspirada. Andrea, nombre protegido, dijo que lleva 41 años de casada. Durante 25 años fue docente parvularia. 
Indicó que no todos los meses son iguales. Diciembre es más ‘duro’, porque recuerda que junto a su familia solía reunir y agasajar a los niños en Navidad.
Lleva dos años en la cárcel y recalca que su único delito fue ayudar a las personas. 
Insiste que está privada de su libertad de manera injusta.
A pesar de todo, en estos dos años entre la celda, comedor, patio y taller de costura, valora al extremo la libertad. 
Está segura que dicho castigo es el más idóneo para las personas que lastiman a alguien en la sociedad.
“En la noche es cuando afloran los recuerdos. Uno cierra los ojos y se va para donde quiere. Veo a mis hijos, a mi esposo, y hasta me parece escuchar los gritos de los niños que agasajamos para Navidad”, revela.
La exdocente señaló que en el encierro le ha tocado ser alumna, ya que aprendió a bordar y coser, y el dinero que obtiene de las prendas que se venden lo destina a su hogar en el cantón Paján. 
“Pese a la calma llega el momento de llorar”, sostiene cuando sus ojos se hacen un manantial y dejan caer sus lágrimas.
Es que estar lejos de su gente le parte el alma.
 
Error. Entre risas y seriedad, está Mariel, nombre protegido.
Cumple una condena por tráfico de drogas; reconoce que se equivocó y “cayó en un momento de debilidad”.
“Antes había movilizado cargas importantes, pero me agarraron con unas cuantas dosis que no representaban ni 20 dólares, pero eso ya es pasado y al destino le pongo la cara. De los errores se aprende y aquí tendré tiempo suficiente para enderezar mi vida”, dice con seguridad.
En la cárcel de mujeres de Portoviejo, las detenidas dicen que están tranquilas.
Hablan y bromean para espantar las energías negativas, y evitar que la depresión las lastime, en especial a las recién llegadas, y que se encuentran en proceso de adaptación.
 
Entorno. Marcia Roldán ha vivido junto a la cárcel Tomás Larrea casi toda su vida. Sostiene que los últimos diez años se dieron cambios contundentes en esa prisión.
Antes, por ejemplo, desde las ventanas, por los barrotes de hierro, asomaban los brazos de los reos.
Recuerda también los disparos que por obligación hacían los celadores cuando debían frenar incidentes entre los reos.
Actualmente la zona es más tranquila, señala.

 

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