Hace un año Geovanni Junquí descubrió que hay algo peor que la oscuridad de su ceguera: el silencio de la soledad.
En ese entonces entendió que lo más triste para un ciego es quedarse solo, porque es como si se cerrara un círculo de aislamiento.
Geovanni perdió la visión hace 20 años, pero vivía en pleno mercado de Tarqui, entre el bullicio del comercio y los amigos que pasaban frente a su casa gritándole “Geovanni qué más” y él desde su casa respondía con un “Hola” extendido, parecido al “ooole” de los estadios.
Eran sus tiempos felices, pero el 16 de abril del año pasado ocurrió el terremoto y su Tarqui bulloso e incansable enmudeció.
La casa de Geovanni quedó afectada y lo obligaron a dejarla. Vivió unos meses en la vivienda de un sobrino y luego alquiló un cuarto, pero el dinero no le alcanzaba para la renta.
Entonces decidió volver a Tarqui, sin luz y agua potable, con casas destruidas y calles abiertas.
Regresó a su cuartucho de un metro y medio de ancho y seis de largo; lo más parecido a un callejón con techo. Allí vive escuchando el ruido de las máquinas rompiendo el asfalto y recibiendo en su rostro un polvo seco que se le atasca en la garganta.
Geovanni, de 66 años, flaco, de rostro cansado, es por ahora una de las dos personas que viven en la calle 104 de Tarqui, la antigua platanera.
Todos en esa cuadra se han ido. Hay pocas casas, terrenos vacíos y polvo por los trabajos de reconstrucción.
A su lado hay otra casa habitada por un hombre que solo llega en las noches y al que Geovanni solo le responde el saludo.
No hay más. Nadie se atreve a caminar por la 104 luego de las siete de la noche.
Dicen que hay robos, e incluso una cuadra más arriba ocurrió una violación. Geovanni cierra sus puertas a las seis de la tarde y les coloca candado.
Así se vive en Tarqui después del terremoto. Eso aún sucede a casi dos años del sismo. La zona comercial sigue en reconstrucción y Geovanni espera que termine rápido, y que le construyan una casa.
“Si tan solo pudiera trabajar no pediría ayuda”, expresa Geovanni sentado en un pequeño banco con la mirada distante que tienen los ciegos.
“Por ahora solo sobrevivo con el bono de 50 dólares y de lo que me trae una sobrina que me visita cuando puede”, expresa.
Shirley Chávez es ese familiar del que habla Geovanni. Ella vive en Ceibo Renacer y desde allá viaja hasta Tarqui solo para llevarle la comida o cualquier otro alimento.
Cuenta que el año pasado, luego del terremoto, entregó los documentos al Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) para que le ayudaran con una casa para su tío, pero no consiguió nada.
Geovanni no podía acceder al beneficio porque su predio era parte de una herencia familiar y había conflicto entre propietarios.
“No es fácil vivir solo y no poder ver, a veces debo comer una vez al día porque no tengo dinero; pero sabe que es lo peor, cuando hay temblores y quiero salir corriendo, no sé a dónde acudir. Imagine a un ciego huyendo de un temblor”, indica.
Zona destruida. Tarqui fue la zona más afectada luego del terremoto del 2016.
El sector comercial, hotelero y los barrios aledaños se convirtieron en la zona cero. En esta parroquia, 24 hoteles se afectaron y más de 2 mil comerciantes abandonaron sus puestos de trabajo.
Allí ya se terminó la reconstrucción hidrosanitaria de 18 manzanas, que suman cerca de 100 hectáreas y se ubican desde la calle 101 hasta la 106, entre avenidas 101 y 109.
Actualmente se hace el soterramiento de cables por parte de la empresa Priza, a la que se le solicitó una entrevista con su gerente, pero no se obtuvo respuesta del área de Comunicación.
Son casi 18 manzanas las que intervienen Priza. Todo eso representa 7,8 kilómetros de vía.
Los trabajos serán solo desde la calle 101 a la 107, y desde la avenida Malecón de Tarqui hasta la 109.
El área representa la zona comercial y hotelera de la parroquia. El costo de la obra alcanza los siete millones de dólares.
Comerciantes y habitantes de Tarqui reclamaron por los atrasos en la obra, ya que estaba previsto que culmine antes del 31 de diciembre. Se quejan también por los reboses de aguas servidas en la zona
Jorge Andrade, fiscalizador de Priza, dijo la semana pasada que los atrasos están justificados. También señaló que se realiza una exploración para conocer las causas del rebose de aguas servidas en las zonas donde trabajan.
El miedo de mercedes. La puerta del patio está con candado. Adentro, en la casa, Mercedes Pihuave lava los platos y arregla la cocina antes de empezar hacer el almuerzo.
No se atreve a dejar la puerta sin seguro. Dice que en Tarqui están robando mucho, por lo que no quiere confiarse.
Mercedes tiene 63 años de edad y luego del terremoto quedó sin casa. Ella habitaba con sus hermanos en una vivienda de dos plantas que era herencia familiar.
Actualmente vive con su esposo, Héctor Castillo, de 61 años.
Luego del 16 de abril quedaron sin nada. Durmieron en la calle unos días. Bajo un toldo, sobre un colchón. Luego alquilaron un cuarto en Los Esteros, pero el dinero no les alcanzaba para el arriendo.
Fue entonces cuando regresaron a Tarqui. Estaban en una covacha de caña, pero luego una fundación les donó una vivienda de madera. Allí pasan los días. Mercedes dice que su esposo está un poco enfermo y no tienen dinero para el tratamiento. Fue operado de la vista y está recuperándose.
Regresaron a Tarqui porque es el único lugar que tienen para vivir. No importa que el polvo de los trabajos de reconstrucción destruya sus gargantas, para ellos no hay otro lugar.
“Aquí pasamos con las puertas cerradas porque el polvo que entra es demasiado y nos enferma”, expresa.
Mercedes espera que los trabajos terminen pronto y Tarqui vuelva a poblarse.
En la cuadra donde ella vive, la avenida 109, hay otras tres personas que han regresado a sus casas.
Todas cierran sus puertas temprano. A las seis y media ya no se ve a nadie en la calle porque el lugar no tiene iluminación.
Mercedes es de las que asegura su casa, pero ella lo hace durante todo el día: candado en el patio y picaporte en la entrada. No quiere que le roben lo poco que tiene. Ella solo quiere que Tarqui vuelva a ser como antes para que su miedo termine.