También venden ciruelas, las mismas que son recolectadas de las matas que en hilera forman parte de las cercas que separan una propiedad de otra.

Desde la entrada al recinto San Gabriel hasta La Cabaña, se observan pequeños tachos colmados de quince o veinte mangos de chupar, cuyo valor es de un dólar, precio relativamente bajo respecto al costo de la fruta en la zona urbana (25 centavos).

“Nosotros somos pobres, pero hacemos lo posible por sobrevivir. Yo soy madre soltera desde hace 16 años y siempre me he dedicado a trabajar por mi hijo. 

En la época de mangos y ciruelas le pedimos de favor a los vecinos ayuden regalándonos estas frutas de sus fincas”, contó Francisca.

Labor. Francisca Troya Moyano, de 61 años y su hijo Claudio, de 18, viven en una pequeña covacha de caña y sus únicas fuentes de ingresos económicos son la venta de mangos y ciruelas, además de la venta de muchines y tapadas, los fines de semana.

“Para nosotros, que no tenemos nada, un dólar es un regalo de Dios. 

A veces nos hacemos cinco dólares diarios, pero también hay días que no se vende nada”, contó Francisca con la voz tenue y nostálgica. 

Para ambos, la fecha de Navidad y fin de año serán días normales. Se acostarán adormir a las 20h00. Quizás, cuando el año termine, como sucede siempre, se despertarán a medianoche cuando los perros ladren y aúllen, debido al estruendo que causan los fuegos artificiales.