A sus 13 años, Dana es una adolescente feliz, le gusta chatear, navegar y conversar por celular, dirigir eventos sociales.
Es una joven con síndrome de Down, pero su condición no la ha limitado en ninguna actividad familiar o educativa, ni siquiera cuando se trata de apoyar a sus equipos de fútbol favoritos: Liga de Portoviejo y la selección de Ecuador, lo dice con voz clara y firme. Dana es un ejemplo de la vinculación que pueden tener las personas con síndrome de Down; sin embargo su buen ejemplo es un caso aislado, pues no todos logran tener una rehabilitación a ese nivel “y en algunos casos son hasta recluidos”, señala Lisette Aveiga, presidenta de la fundación Down Manabí.
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