A los 20 años pude haber muerto confundido como asaltante de bancos. Para mi fortuna, los guardias reaccionaron tarde. Eran mis días de actor, y en Manta empezaba el Festival Internacional de Teatro. El evento arrancaba con un pregón. En mi casa había una escopeta inservible para cazar palomas. La tomé, me vestí de militar y fui a desfilar con el resto de los teatreros. Iba por las calles apuntando a los transeúntes, que sabían que todo era parte de un juego. La adrenalina y mi estupidez me jugaron una mala pasada. Sin pensarlo, de verdad sin pensarlo, entré al Banco Pichincha, apunté y grité “¡Este es un asalto!”, y salí a continuar en el desfile. No pensé un segundo que estuvo en riesgo mi vida. Por la tarde hallé a un amigo que me contó que estaba en el banco y vio cuando entré y grité. Todos se asustaron porque creían que de verdad era un asalto.
—Lo bueno es que saliste rápido, sino te hubieran matado los guardias —me dijo mi amigo.