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Tradición
El último carretillero

Todos los días, a las 06h00, en Guayaquil, sale una vieja carreta conducida por Vicente Sánchez Montesdeoca, de 78 años, y halada por su burrita, a la que llama Pancha.

Sábado 08 Julio 2017 | 04:00

 Ellos avanzan lento entre buses, carros y taxis, más actuales y veloces.

La carreta se detiene en el mercado de Gómez Rendón y Abel Castillo, donde don Vicente compra hortalizas, granos, verduras y frutas.
A las 09h00, desde hace unos cincuenta años, la carreta se estaciona en una de las calles de la ciudad. Ahí es cuando Panchita come hojas de choclo y descansa. En cambio, don Vicente empieza a descargar su mercadería fresca recién comprada. En breve llegan las amas de casa a comprarle algunos productos para preparar el almuerzo, según diario El Universo.
Pero antes don Vicente no se dedicaba a esto, ya que primero trabajó en Nobol de cuadrillero y en piladoras de laurel. En Guayaquil vendía limones, tomates y pimientos que dentro de un saco llevaba al hombro. “Camina y camina me buscaba la vida”, recuerda.
Cuando se casó, su suegro le regaló una carreta con burro incluido para que trabajara.
Todas las madrugadas se abastecía en el desaparecido Mercado Sur. “Entonces era zona roja. Había puros choros, era peligrosísimo”, resalta.
Hace cincuenta años se estacionó en el sector. Todos los días, menos los domingos, llega a las 09h00 y está hasta las 14h00, cuando se marcha al ritmo de Pancha. 
“A las cuatro de la tarde llego a mi casa”, dice. “Voy despacio porque el burro es viejo ya”.
La escena y sus personajes parecen del pasado. Pero don Vicente y su burrita Pancha van en carreta hoy por esa ciudad. Todo es posible en Guayaquil.
En el pasado. En 1861, el diplomático austriaco Freidrich Hassaurek visitó Guayaquil cuando el medio de transporte de frutas y vegetales eran cientos de canoas, esquifes (que son los barcos pequeños que se lleva en el navío para saltar a tierra y para otros usos), balsas y pequeñas balandras, que iban y venían, trayendo a la ciudad gran variedad de frutas tropicales y vegetales. 
Un testimonio más contemporáneo lo escribió Guido Garay en Estampas porteñas, al evocar las temporadas lluviosas de las primeras décadas del siglo anterior, cuando en las calles proliferaban mosquitos portadores del paludismo que picaban hasta a los burros de las carretas de carga. 
“Los dueños, para protegerlos, confeccionaban con yute una especie de calzones que amarraban tanto en las patas delanteras como traseras, de tal forma quedaba cubierto y libre del ataque de los insectos”. Por esa razón eran apodados burros con calzones.
 
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