Lo tenían escondido afuera del antiguo estadio Jocay. Putrefacto, lleno de gusanos, el perro muerto era subido con cabos.
Arriba, en el último escalón de la General, lo recibía Miguel Ángel Flores.
Empezaba entonces el ritual: les daba vueltas a los restos del animal y los gusanos salían por los aires. Era la década del 90 del siglo pasado y Delfín jugaba en la Serie A.
José Mero iba a esa localidad y veía cómo Flores, alias ‘Chorizo’, revoleaba el perro por los aires sostenido por un cabo amarrado a una de las patas.
A Mero le cayeron gusanos en su camisa del Delfín.
“El perro entraba cuando no había goles. Era el amuleto. Entraba para distraer al rival. Un segundo de distracción y el gol llegaba”, cuenta ‘Chorizo’, un hombre de 52 años que vive en el barrio Santa Fe, en la calle 8, en Manta.
Tiene una camiseta del Delfín puesta mientras recuerda aquella costumbra que ahora sería vista por muchos como un acto de violencia animal, pero que en ese tiempo tenía la aprobación de una parte de la hinchada.
NO LOS MATABAN. “Hay rumores de que ustedes mataban a los perros”, se le pregunta. “Eso es mentira, eso lo inventaron algunos periodistas”, responde.
Cuenta entonces el método para encontrar a los animales muertos: los miembros de la barra iban a los basureros o recibían indicaciones de personas que habían visto uno tirado en la calle. Entonces lo recogían y lo “dejábamos fermentando”, dice.
La “fermentación” consistía en dejar pudrir los restos del animal, dos o tres días antes del partido.
Fue así como en la década del 90 la barra delfinista tomó el nombre de ‘Perro Muerto’.
Atraídos por la novedosa historia llegó prensa internacional a entrevistar a ‘Chorizo’. “Aquí mismo me entrevistaron, afuera de mi casa. La banda del ‘Perro Muerto’ se hizo conocida a nivel mundial”, explica.
No exagera, programas como Al Rojo Vivo emitieron la historia.
Pero la fama también trajo problemas. Algunos periodistas empezaron a criticar la forma en que los hinchas apoyaban a Delfín. Una ola de desaprobación llegó antes de que acabara el siglo XX y con ello el fin del perro muerto dando vueltas en la General Norte. “Vino el nuevo tiempo: las autoridades, presionadas por los periodistas, lo prohibieron”, indica Flores.
El 6 de diciembre de 1998, a Flores lo esperaba la Policía a la entrada del estadio Jocay. Lo detuvieron. Ese mismo día Emelec ganó 2-4, y en la General nadie dio vueltas al perro muerto para cambiar la historia.
Flores estuvo 16 días preso. Lo sancionaron con la imposibilidad de ingresar de por vida al estadio, pero luego le bajaron la sanción a dos años. Ahora sigue yendo a ver al Delfín.
Para hacer frente a la nostalgia suele disfrazarse con un traje de un perro dálmata.
EL PERRO VIVO. Una tarde, un can mestizo llegó para nunca irse de su casa atraído por el olor de Shakira, una perra que vive en la casa de Flores.
Él lo entendió como un mensaje del destino: era el amuleto que necesitaba Delfín para salir del Ascenso, llegar a la Serie B, subir a la Serie A y clasificar a un torneo internacional.
Empezó a llevar el perro al estadio, de local y visitante. Entonces, dice, la barra dejó de ser la barra del ‘Perro Muerto’ para convertirse en la barra del ‘Perro Vivo’. Ironías de la vida.