Hubo gobernantes, que con el tráfico de influencia, provocaron e hicieron que aparecieran nuevos ricos, así, cierto mandatario populista, varias veces elegido presidente y que el pueblo profundo votaba por él y lo elegía, porque lo consideraba honrado, permitió que a su alrededor surgieran camarillas inescrupulosas que usaron y detentaron el poder para enriquecerse; estos grupos formaban las empresas electorales que financiaban sus campañas y una vez instalados en el poder, sacaban grandes réditos; en uno de esos períodos, la corrupción llegó a los más altos niveles, que hizo que Arosemena Monroy, lapidaria y caústicamente, los llamara los enloquecidos por el dinero.
Estos enloquecidos e idiotizados por el dinero malhabido, incluso cambiaron de estatus social y pasaron después de ser de clase media baja, a convertirse en conspicuo representantes de la clase alta y ser miembros de clubes de alta élite social.
Este nefasto mal, ha estado presente en todas las funciones del Estado. Meterse en la actividad política y en la función pública, es en nuestro medio la antesala para convertirse en futuro rico, a costa del erario nacional.
Me viene a la memoria la sabia enseñanza del Papa Pío XII, que dijo: “que el fin de la actividad política debería ser el bien común”, el bien de la colectividad, el bien de la sociedad.
Detalle interesante, en esta breve historia de la cleptocracia ecuatoriana, es el siguiente dato, cada nuevo régimen provoca la aparición de nuevos ricos, como jueces, operadores de justicia o funcionarios públicos, que impúdicamente, hacen ostentación de su riqueza malhabida y, en el actual gobierno de corazones ardientes, no dejan de ser la excepción, como el escándalo de sobornos y de coimas de Odebrecht, del primo, Capaya y otros.
Hay que educar a las nuevas generaciones en el valor de la honradez. Debe ser imperativo categórico en el Ecuador, parafraseando a Kant, el uso y la práctica de las normas éticas. Restablecer en el currículum de la educación pública en Ecuador, junto a la lógica que nos enseña a razonar, la ética, que debe ser el hilo conductor de nuestra sociedad.
Hay que poner de moda y aplicarla, la célebre frase de uno de los más altos exponentes del liberalismo americano, padre de la patria cubana, prócer y poeta, que fuera gran amigo de Eloy Alfaro, José Martí: “hay que poner de moda la honradez”.