Borja tuvo varias facetas, abogado, docente universitario, honra y prez del liberalismo ecuatoriano, legislador y tratadista de las ciencias jurídicas, cuya aportación al campo de la bibliografía ecuatoriana fue inmensa. Abogado: en su época (última década del siglo diecinueve y primera década del siglo veinte), fue el más destacado y brillante jurisconsulto que tenía la patria de Olmedo y Montalvo, sus argumentaciones jurídicas y defensas fueron publicadas en revistas jurídicas, creando jurisprudencia para el sistema legal ecuatoriano. Sus alegatos legales, eran ejemplo de un conocimiento sabio, profundo y exhaustivo del derecho. Docente: presto su contingencia a la Universidad Central de Ecuador, como catedrático, llegando a ser rector del alma mater quiteña. Honra del liberalismo: fue uno de los más destacado exponentes del liberalismo ilustrado, junto a los nombres de Juan Montalvo, Juan Benigno Vela, Adriano Moncayo Jijón, Alejandro Cárdenas, Luis Felipe Carbo, Manuel J. Calle, José Peralta, entre otros; el cuatro de septiembre de 1.895, cuando Alfaro entra triunfante, después de Gatazo, es designado para que dé el discurso de recepción al caudillo triunfador, aunque después se convirtió en su más feroz detractor.
Estudiando esta vida ejemplar, en la cual hay que destacar, su vasta erudición y alto sentido de apego a la ética y, cotejando esas virtudes, con la lacerante y triste situación de la actual administración de justicia en el Ecuador, nos embarga un sentimiento de nostalgia y añoranza cuando en estos tiempos, se confunde equivocadamente los términos, cuando se lanza el eslogan publicitario de: “ hacemos de la justicia una práctica diaria”, cuando lo correcto es afirmar que la administración de la verdadera justicia, debe ser una práctica diaria.
Recomiendo a las nuevas generaciones de abogado, que lean este breve comentario de tan insigne vida, siendo la fecha de su nacimiento el 20 de febrero, el día del Abogado, para que sean fuente inspiradora de un ejercicio profesional apegado a la ética, sin manos, ni manitos ni longa manus bastardas que la manchen y la hollen, la justicia, que siempre debe estar incólume, diáfana y pura.