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Una bóveda lo esperaba

Dos días después de haber esquivado la muerte, Cristhian Nazareno se enteró de que su bóveda estaba lista en un cementerio de Santa Marianita.

Lunes 02 Enero 2017 | 04:00

Acababa de sobrevivir a un naufragio y se hallaba camino a casa, cuando supo que su nombre estaba en la lista de fallecidos.   
Una fragata de la Capitanía lo llevaba a él y a otras 11 personas que sobrevivieron al hundimiento del barco Don Gerardo II, ocurrido el pasado 17 de diciembre. 
En tierra, la familia de Cristhian pensaba que se hallaba entre los cinco muertos que dejó la tragedia. Habían escuchado su nombre en una primera lista que llegó a los familiares de las víctimas, donde también se reportaron seis desaparecidos. 
Hace una semana, cuando dio esta entrevista, eran las 11h20 y él tenía pasajes para viajar a Quito a las 12h00. En los pocos minutos habló de muchos temas.  Dijo que su supuesta muerte se trató de un error. Todo sucedió porque se equivocaron al momento de escribir la lista de los rescatados y fallecidos. “Cuando me enteré de eso, enseguida llamé a mi familia, pero la bóveda ya estaba construida”, expresa.
Cristhian Nazareno es un pescador de 35 años de edad. En el naufragio del Don Gerardo II rescató a tres personas. 
Ahora necesita vacaciones. Ya no quiere ver el mar. Dice que mirar los barcos acoderados en el muelle  le trae malos recuerdos. Por eso viaja a Quito.  
Cuando los ve. Llegan a su mente imágenes que le recuerdan la desgracia: un buque enorme, su barco hecho pedazos, sus amigos muertos y él en medio de todo aquello. Cristhian recuerda todo. 
Fue un golpe seco, dice, no dio tiempo a nada. Cuando el buque mercante chocó con el barco, los 24 tripulantes dormían, agrega.  
Eran las 4h00. Nadie  se dio cuenta de que un barco 20 veces más grande venía directo a ellos.   
Cristhian Nazareno descansaba en un espacio que los pescadores llaman “palomera”. Está ubicado en la parte alta de la nave. Otros tres hombres lo acompañaban.
El sonido de la proa del mercante rompiendo la madera del Don Gerardo II hizo que Cristhian y sus amigos reaccionaran rápidamente. Las otras 20 personas que dormían en los camarotes no tuvieron la misma suerte. No todos pudieron salir. Ese día cinco personas murieron, 12 fueron rescatadas vivas y seis están desaparecidas.   
Cristhian se lanzó al mar. El choque formó un remolino que “chupó” todo lo que había: madera  y personas. 
“Normalmente, cuando uno pasa debajo de una lancha hay una fuerza que lo jala. Imagínese un mercante tan grande”, señala. 
Al pasar unos minutos empezó a ayudar a sus compañeros. Cuando encontró al primero pensó que estaba muerto. Movió el cuerpo y lo llevó hasta la única lancha que no fue destruida. Allí el hombre vomitó una especie de espuma blanca y luego reaccionó. 
Cristhian, quien había aprendido a nadar desde los 10 años de edad, siguió buscando cuerpos, hurgando entre los trozos de madera del barco.
El día lo sorprendió nadando. Para no cansarse, iba y venía de la pequeña lancha. Cuando el sol salió, ya había rescatado a tres personas con vida y a tres fallecidas.  
El sábado 17 de diciembre  se tornó triste. Era uno de esos días que oprimen el pensamiento, recuerda Cristhian. Veía toda la destrucción a su alrededor. 
El barco se veía semihundido, roto, mostrando su armazón como las costillas de un cadáver. Un esqueleto de madera flotando. 
 
>la ayuda llegó. Ese día, cerca de las 8h00, un barco pesquero de Jaramijó  llegó a rescatarlos. Cristhian siguió ayudando. 
Los 12 vivos fueron subidos a la nave y llevados al Puerto de Manta.
La familia de Cristhian no lo vio hasta el 19 de diciembre, cuando luego de  llegar a Manta fue trasladado a una clínica para su recuperación. 
Al llegar a tierra le contaron que, debido a la confusión, ya le habían construido la bóveda. En ese momento sonrió. Ahora dice que no quiere verla. “Parece que el corazón se me sale y me quedo enterrado ahí mismo”, indica. 
El reloj marca las 11h50. Cristhian ya debe tomar un taxi para alcanzar el bus. Cuenta que viaja para despejar la mente. Quiere dejar el miedo por allá. 
Dice que no sabe si volverá a pescar.   
“No puedo decir ‘de esta agua no he de beber’”, expresa. O, en su caso, “en esta agua no he de navegar”.
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