Si de algo nos sirven los mitos, desde Homero y “La Odisea” hasta Rafael y “La Revolución”, es para convencernos de una vez por todas de que la verdad no existe: es decir, no hay tal cosa como la razón absoluta. En “La Reina de Katwe”, por ejemplo, la protagonista (notable actuación de la debutante Madina Nalwanga) tiene al principio todo en contra y al final una especie de victoria que nos hace pensar, es más, que nos convence por unos minutos, de que todo va a estar siempre bien. Esta cinta, aunque no parezca, tiene mucho de Hollywood –quizás demasiado para su propio bien– y funciona en esos términos: al comienzo se plantea un conflicto que se desarrolla en la mitad y se resuelve al final. Nada nuevo por ese lado. Lo nuevo, en este caso, es que Disney se manifieste tan claramente de una forma tan capitalista y conquistadora. Y bueno, tampoco es tan nuevo: se sabe que desde el nacimiento del Ratón Mickey, en 1928, el imperio de la compañía no ha hecho nada más que crecer desproporcionada y peligrosamente. Pero con esta película queda claro que los estudios quieren atraer también a un público alternativo, en el peor sentido de la palabra; o sea, deberían usar su poder y su dinero para impulsar el cine de países extranjeros a la industria, no para colonizar esa forma independiente de filmar hasta que se pierdan todos los rastros de identidad. En fin, por lo menos eso es lo que yo pienso y defiendo desde esta columna.
“La Reina de Katwe” tiene méritos de más y es de lo mejor que se ha exhibido en nuestra cartelera este año. Es más, se podría decir que ir a verla equivale a comprar una entrada para un festival internacional de cine. Se presenta como una historia exótica, pero termina siendo cercana, como tienen que ser todas las historias: por eso creemos en los mitos, porque nos demuestran que las respuestas están y siempre han estado en el pasado. Y por eso creemos en los sueños de otros: porque, quizás, al contrario de los nuestros, esos sueños se harán realidad.