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Envidia y odio político
Envidia y odio político
Por: Jacinto García Delgado

Miércoles 28 Septiembre 2016 | 04:00

A sí de sencillo… Todas las mentiras son malas, pero algunas son más graves que otras. De ahí que jamás puede ser buen gobernante de institución pública alguna, el que por envidia le tiene odio político a otra persona, tampoco el que deshonra a la administración pública con una moral reprochable. Caín, hijo primogénito de Adán y Eva, por envidia mató a su hermano Abel y perdió toda comunicación con Dios, nombre sagrado del Supremo Ser Creador del universo que lo controla y rige por su providencia.

En la actualidad, pocos son los gobernantes que impiden ser desorientados o engañados por funcionarios de mando medio sin capacidad de conocimiento, que están empeñados con aquella acción de personal en despedir al servidor público que no apoya sus intereses políticos, robándole el trabajo que conquistó con mucho esfuerzo.
Lamentablemente, y sin ningún prestigio de poder, es la acción de personal ejecutada sin respetar la Constitución, sus leyes y más organismos de control, como también es la decisión inventada para esclavizar económicamente al hombre o la mujer, condenándolo a la miseria. 
La desorganización lo lleva al caos y el caos a la nada.
Desgraciadamente, el desconocimiento de la Constitución lo convierte en un retardatario de los principios constitucionales y lo conduce a incumplir con la misión que el momento histórico le impone. Aunque el lema de corazón sin odio acumulado lo convierte en un administrador competente, llevándolo a ver lo que todavía puede hacer
Y es que el desplazar del puesto de trabajo con esa mal llamada “política”, menosprecia el sentido de responsabilidad, cultiva la falsía y el sufrimiento, el engaño y la traición. Toca a los verdaderos gobernantes, libre de prejuicio, llamar a la paz y concordia a la familia trabajadora que es la base de toda acción ordenada, creadora y fecunda. 
La desorganización lleva al caos y el caos a la nada.
Por desgracia, existen gobernantes y funcionarios de mando medio que hacen de la función un objeto de propiedad privada. Por lo tanto, no solo debe lamentarse de lo que ha hecho, sino de abandonar su estilo de vida política actual. 
Si los servidores públicos son otra de las fuerzas creadoras de la entidad, necesitan también que los administradores demuestren no solo capacidad y eficiencia para el ejercicio de su cometido, sino una conducta humana ejemplar e irreprochable.
Los gobernantes no deben olvidar un solo instante que los enemigos de la institución buscan constantemente la forma de dividirla, desprestigiarla y calumniarla, con el fin de frustrar sus anhelos renovadores y cumplir sus propósitos aviesos de asalto y destrucción.
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