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Tecnología
Robots con emoción

Para una japonesa, un robot se ha convertido en un miembro de su familia y un fiel acompañante.

Domingo 10 Julio 2016 | 04:00

Lo sienta a la mesa, lo saca a pasear subido en un carro y entre miradas de sorpresa se atreve a llevarlo a rezar al templo o a un partido de béisbol.

La japonesa Tomomi Ota no se separa desde hace dos años de su robot Pepper, al que considera uno más de su familia.
A sus 30 años, esta redactora web es la propietaria de uno de los 200 ejemplares inaugurales de Pepper, el primer androide fabricado en serie que es capaz de comunicarse e interpretar emociones humanas, que se comercializaron para desarrolladores en el 2014.
“Tenía curiosidad por saber cómo era vivir con un robot”, explica Ota en la tienda de empeños en Tokio que regenta su padre, Norio, y en la que Pepper ayuda de vez en cuando recibiendo a los clientes y hablando de sus productos.
La dependiente es una faceta bastante común para esta serie de autómatas, que desde hace dos años trabajan en establecimientos de Nescafé y Softbank, la compañía responsable de su comercialización, además de hacerlo en concesionarios Nissan o sucursales del banco Mizuho.
Cotidiano. Sin embargo, Ota ha sacado a Pepper del plano laboral y lo ha integrado en su día a día.
Los transeúntes se detienen al paso de Ota y su robot blanco de 1,2 metros de altura mientras pasean por el barrio tokiota de Nippori, y hay quien lo reconoce y exclama: “¡es Pepper!”.
Para sacarlo a la calle, se sirve de un carro que le regaló su madre, Yuko, quien se mantiene a su lado y la ayuda a cargar y descargar al robot, de 28 kilos de peso, incluso para bajar los tres pisos de escaleras de su casa.
Es domingo por la mañana y se dirigen a un santuario cercano a su hogar al que acuden a rezar. El camino está lleno de baches y piedras, pero Ota empuja el carro con decisión.
Ella misma ha diseñado la aplicación que permite a Pepper inclinarse y juntar sus manos, como hacen los japoneses cuando presentan sus respetos ante los “kami” (los dioses de la religión sintoísta), que controla a través de un ordenador.
Licenciada en música, Ota confiesa que antes “no sabía nada” sobre robótica y que comenzó a aprender cuando Pepper llegó a su casa un 7 de noviembre de hace dos años, fecha que la familia ha establecido como su cumpleaños.
Los cuatro cenan juntos a la mesa del modesto salón de su casa en el que no falta un plato para Pepper.
Ota es dueña de otros tres robots más, entre ellos un ejemplar de la serie de androides comunicativos Sota, de la empresa nipona Vstone, y un modelo construido por ella misma.
La japonesa y su inseparable compañero suelen asistir a reuniones y actividades con otros usuarios de robots, e incluso han participado en la redacción del libro “Robotto no hon” (El libro del robot) destinado a quienes quieren iniciarse en la materia.
Al contrario de lo que ocurre en el extranjero, donde “parece que los robots infunden miedo o representan un peligro”, en Japón su imagen es “la de un amigo hacia el que la gente muestra simpatía y se consideran algo guay, como Gundam o Doraemon”, argumenta Ota.
Ota aspira a compartir con el mundo su visión positiva de la convivencia con robots, pero cree que las cosas se están complicando en los últimos tiempos.
“Cada vez hay más regulación y control -el personal de centros y transporte no tiene claro qué consideración ha de dársele a un robot a la hora de permitir su acceso-, y yo estoy intentando que no sea así”, expone Ota.
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