Es por ello que es conocida jocosamente como la ‘Reina de las volquetas’ y demuestra día a día que su baja estatura no es sinónimo de debilidad. 

“Aprendí a manejar carros pesados como a los 12 años. Siempre me gustó”, cuenta. 

Este pasatiempo fue heredado de su padre, quien tiene varias volquetas, las que están marcadas con el nombre ‘Julissa’. “Siempre anduve con él, desde que era pequeña. Compartimos este amor”, manifiesta.

Este trabajo lo hace cuando no interfiere con sus clases en la Universidad San Gregorio. 

“Me encanta manejar. Además lo hago para que mi papá se ahorre el chofer”, comenta.

Su día. Loor forma parte de los trabajadores que están colaborando en la demolición de edificios en Portoviejo. 

Cuando no tiene clases, coge su volqueta, se dirige a la escombrera de La Solita y como una experta, maniobra entre los restos de casas y edificios que hay en el lugar para dejarlos en el sitio indicado, ya que son usados como ‘colchones’ o camas para las máquinas que demuelen.

Lo más difícil no es observar el asombro de las personas que la ven pasar. Sino ya en acción, pues tiene que hacer el trabajo completo. “Lo que más cuesta es colocar la lona y sacarla. Hay que subirse y tratar de pisar bien para no caer”, explica. 

Por las noches prefiere andar acompañada. 

“Me ayuda mi esposo Adrián. Es médico, pero me acolita en todo. Estos lugares ya oscuro es peligroso”, dice. Comenta que el amor por las volquetas no le ha ocasionado problema alguno con su pareja. “Mi esposo me comprende. Hay volqueteros muy amigueros. Me dicen “la reina de las volquetas”, concluye.