El día del terremoto estuvieron juntos hasta las 18h30 en el mercado uno.  “Le dije ándate tu primero, y mire que así fue”, cuenta. Se le hace un nudo en la garganta y enmudece para no dar paso a las lágrimas que pugnan por salir de sus ojos.

Confusión. Luis Gabriel salió del mercado y se reunió con varios amigos en el portal del edificio Mariner, en la calle Chile y Francisco de P. Moreira. Allí los cogió el terremoto.

Tras el susto empezó la búsqueda. Sus familiares desesperaban porque no lo encontraban entre los cadáveres que los rescatistas sacaban de los escombros de los edificios colapsados.  Fueron a Criminalística y no lo encontraron.

Es que en la billetera de su hijo estaba la cédula de un amigo, de 57 años de edad, con quien lo confundieron. “Cuando iba a abrir la funda donde estaba el cuerpo de mi hijo me dijeron que era de un hombre mayor, y ya no la abrí”, añade.

Cuando estaba en casa, confundido, sin saber qué hacer, un sobrino llegó y le dijo que el policía le dijo que el cadáver que no vio tenía tatuada una telaraña en el brazo. “Era mi hijo, no había duda”, dice.

No podía haber mayor coincidencia porque cuando regresaba a Criminalística se encontró con el amigo de su hijo, el de 57 años, el dueño de la cédula. “Ni siquiera pudimos velarlo, lo embalaron, lo pusieron en el ataúd y fuimos directo al cementerio. Solo supe que lo rescataron la noche del lunes”, cuenta Molina. 

“Tendré que vivir con este dolor y con su recuerdo”, indica. Y sus ojos enrojecen.