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Viviendo con los shuar

La geografía amazónica representó todo un reto para el italiano Maffeo Pantaghini.

Jueves 19 Mayo 2016 | 04:00

 Era un misionero salesiano laico de 21 años que en 1968 llegó a Ecuador y se internó en el pueblo de Cuchanza, cantón Méndez, Morona Santiago, para convivir con las comunidades shuar, achuar, e impartirles por nueve años el arte de la carpintería, se informa en diario El Mercurio de Cuenca. 

Maffeo tiene ahora 69 años, y la historia flota en su memoria, es dueño de un testimonio enriquecedor lleno de cruces y encuentros culturales; es decir, de procesos interculturales que se dieron no solo entre los mestizos, sino entre miembros de la nacionalidad shuar, achuar, mestizos ecuatorianos que iban de Gualaceo, por ejemplo, y los misioneros que llegaban desde Europa. 
El encuentro con las lenguas castellana y shuar, especialmente, enriqueció el proceso de vivencia intercultural, eso ayudaba a entender y ver incluso que la traducción hecha no siempre lograba reflejar el pensamiento. “A nuestra manera puede estar bien, pero a la de ellos puede que se interprete de otro modo”, afirma Maffeo. 
En el libro ‘Etnografía de la Comunicación Verbal Shuar’, de José Juncosa, investigador, se dice que “la capacidad para conversar con los forasteros y de entablar una conversación como desconocidos corren a la par con la habilidad para la guerra y la cacería, aspectos que marcan los requisitos para el liderazgo carismático típico de los shuar y que se inscribe en el ethos (forma común de vida o de comportamiento) cultural masculino”. 
Todas las vivencias compartidas con los miembros de una comunidad dejaron claro en el entonces misionero laico salesiano que los shuar son hospitalarios. 
 
>A la comunidad. Un forastero desconocido no puede entrar en una casa ante la ausencia del dueño, y se limita a esperar afuera hasta su llegada, sin que nadie le dirija la palabra ni le entienda. Siempre es necesario advertir a la distancia su presencia. Se dice que antes, el visitante tocaba el tundui (tambor ceremonial) para avisar la llegada.
La comunidad shuar tiene muchas particularidades, una de ellas es la vivienda en forma ovalada con dos puertas, una por donde entran las mujeres y la otra por donde solo el hombre de la casa puede entrar. Por eso es importante en los foráneos conocer cuál es la puerta por donde ingresará a la vivienda, en caso de ser invitado. La forma ovalada de la vivienda responde a la interpretación que los shuar hacen del mundo y del cosmos. En el centro de su casa se ubica el pilar central que sostiene el techo; esa columna es el camino para subir a la esfera superior, ya sea cultural, de pensamiento o de religiosidad.
“Los shuar, como todo pueblo, tienen su manera de ser y tenían la forma de hacer su justicia, no se puede entrar a juzgar el porqué o las cosas, sino darles un mensaje”, explica el sacerdote, que compartió muchas vivencias, e incluso aprendió a cazar. “Yo era un buen cazador”, agrega. 
Maffeo nunca vio cómo hacían la tzantza, normalmente la realizaban por su cuenta, pero sí recuerda la tzantza que le regalaron -y era la cabeza reducida de uno de los shuaras mayores que le tenía mucho aprecio-, porque de su vivencia aprendió que los miembros de la comunidad shuar no consideran enemigo a nadie mientras no les agreda su espacio, son gente que acepta las visitas, pero si en ellas hay respeto.
Las historias del pueblo están en la memoria de los ancianos, uno de ellos contaba a los visitantes que cuando llegaron los españoles, los shuar los recibieron bien, construyeron las ciudades, ayudaban y les brindaban todo respeto. Cuando los españoles empezaron a aprovecharse de sus mujeres que iban a servir y después las mandaban, ahí fue cuando los hombres nativos se pusieron en contra y una noche quemaron Logroño de los Caballeros, Sevilla de Oro y otro poblado más.
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