Actualizado hace: 940 días 11 horas 9 minutos
Santo Domingo
“el zaracay”

En el libro “Memorias”, que fue lanzado hace varios meses en Santo Domingo y que se “levantó” gracias a los documentos escritos por Tullio Boschetti, un italiano que visitó la ciudad allá por los años 1924-1927 y 1940-1945, se encuentra la historia de Joaquín Aguavil, personaje que fue denominado por Boschetti como “El Zaracay”.

Sábado 12 Marzo 2016 | 04:00

Cuando Boschetti regresó a su país documentó por escrito lo vivido en Santo Domingo de los Colorados. 
Parte de sus documentos dicen: “Para satisfacer mi espíritu de aventura, seis meses después de haber llegado al Ecuador, fui a radicarme en la región de Santo Domingo de los Colorados donde permanecí dos largas temporadas; la primera desde 1924 hasta 1927, habiendo adquirido la hacienda Santa Isabel, situada en plena selva entre los ríos Sandima y Pupusá; la segunda, desde 1940 hasta 1945, cuando,por haber ganado un remate judicial me fueron adjudicadas tres haciendas limítrofes denominadas: Esmeraldas, Providencia y Peripa; cuyo territorio formando un cuerpo solo con Santa Isabel, abarcaba una extensión de cinco mil quinientas hectáreas.
Durante mi prolongada estadía en esa región, tuve muchos amigos colorados, especialmente “El Zaracay”, quien a pesar de la diferencia de edad, él, con casi 70 años, y yo 18, me tenía simpatía y confianza.  
Los días festivos, salvo imprevistos, nos reuníamos al atardecer en la posada de la señora Nélida, con autoridades del pueblo y hacendados de las cercanías, pasando en alegre camaradería hasta tardías horas”. 
“El Zaracay”, que era gobernador, curandero y brujo de los colorados, cuando no participaba en ceremonias oficiales acostumbraba presentarse en público vestido demasiado modesto, parecía un campesino.
Al conocerlo por primera vez, quedé decepcionado, había un violento contraste entre él y los indios de su escolta, quienes llevaban puesto adornos tradicionales, tenían sus cuerpos pintados con achiote, y dibujado un huito, extraño jeroglífico que llamaba la atención. 
A comienzos del verano de 1925, “El Zaracay” me dio la grata sorpresa de visitarme en mi hacienda; lo acompañaban más de cincuenta indios, entre hombres, mujeres y niños, incluso seis concubinas (era polígamo por tradición, no por vicio).
Habían recorrido siete leguas a pie para escuchar mi viejo   (dispositivo más común para reproducir sonidos grabados desde la década de 1870 hasta la década de 1880), único en la región. Llegaron antes del almuerzo, acamparon en el patio, me hicieron colocar el aparato sobre una mesa y poniéndose en cuclillas a su alrededor, quedaron absortos algunas horas sin comprender cuál sortilegio emitía voz y sonido.
La audición empezó a las doce y terminó al amanecer del día siguiente; tuve que valerme de dos empleados para dar cuerda y cambiar discos. 
Pasé una noche insomne, pero no me pesaba, los colorados habían quedado satisfechos y sumamente agradecidos.
Pocos días después viajé a Santo Domingo en pos de correo (llegaba cada dos semanas, transportado a lomo de mula por el arriero Álvaro Carrera). 
Me encontré con el estimado amigo don Luis Valverde, en ese entonces comisario nacional del pueblo, quien me dio a conocer un suceso bochornoso del cual me consideraba responsable. 
Un domingo su guardián lo despertó al amanecer para avisarle que “El Zaracay” había cruzado la plaza con muchos indios tomando hacia la vía a Chone.
Temiendo tratarse de una rebelión montó a caballo y llevando seis policías armados fue en busca de los colorados para evitar que cometan desmanes.
Logró alcanzarlos cerca de la hacienda Dos Esteros, pero quedó chasqueado, “El Zaracay” lo enfrentó diciéndole a viva voz: “De gana se ha molestado en perseguirnos, trayendo armas y caballos, espantando mujeres y niños, nosotros vamos de paseo donde el amigo italiano, quien desea hacernos ver y oír la máquina que suena y canta”. 
Compartir en Facebook
Compartir en Twitter
  • ¿Qué te pareció la noticia?
  • Buena
  • Regular
  • Mala

Más noticias