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Oleajes
El matal: peligran entre oleajes y deslizamientos

La ola revienta y golpea con espuma blanca restos de columnas, vigas y ladrillos. “Esa era mi casa”, señala Manuel desde la nueva orilla.

Domingo 07 Febrero 2016 | 04:00

Está de pie al filo de una calle angosta. De un lado una colina, del otro el mar que ha cortado el borde de la vía como una mordida en una galleta.
De pie en el barranco Manuel Solórzano, pescador de Puerto Nuevo, al sur de El Matal en Jama, explica que son más de 70 metros que el mar les ha arrebatado. El saldo: casi 30 viviendas entre destruidas e inutilizables.
La suya es una de las casas que se asentaban sobre lo que era malecón y que ahora ocupa la marea.
“Dicen que hace más de 20 años pasó algo así. Yo lo que llevo viviendo aquí jamás lo había visto”. Esos son ocho años desde que Manuel dejó Bahía de Caráquez y probó suerte en la construcción y la pesca en Jama. Ahora rearmó su casa al pie de un cerro que tampoco le da buenos augurios.

>sin aviso. Francisca Hernández ayudaba a desmontar una de las casas que se llevaban las olas cuando un lavamanos se quebró y cayó cortándole el pie derecho. Le cosieron cinco puntos y por eso ahora guarda un intranquilo reposo. A su casa no la amenaza el oleaje, pero sí una alta colina.
“Los tumbos van avisando, la loma se viene de una y nos deja a todos aplastados”, cuenta la mujer de 57 años, quien vive frente al mar a media altura de la elevación que por las lluvias muestra señales de deslizamientos. “Mire ahí la quebrada”, señala la tierra que ha cedido.
Dice que su miedo aumenta, porque sabe que su casa no resistiría un aluvión. Es una pequeña estructura de caña y madera donde por ahora se han acomodado doce personas: la familia de ella y las de sus dos hijos que vivían en el malecón, pero desmontaron las casas de la costa y se refugiaron al pie de la colina. “Si no es por un lado es por el otro el peligro”, agrega desmotivada.

>riesgo. En la playa de Puerto Nuevo los niños corren de un extremo al otro frente a una casa que daba al mar y que ahora, literalmente, la golpean las olas.
“No tiene dos meses que la terminaron, ni la estrenaron, creo. Era de una familia de la Sierra”, indica Enrique Zambrano.
Paredes caídas, la estructura ladeada, y en el techo vecinos demoliendo lo que ha quedado por miedo a que se termine de caer.
“Es un peligro para nosotros, para ustedes, para los niños, para todos”, menciona Enrique, quien cuenta que en pocos días el mar socavó las bases de la vivienda.
Allí cerca, tomando datos e identificando a los afectados una brigada del Municipio de Jama y otras entidades evalúa la situación.
Ramón Chávez, director de la Unidad de Gestión de Riesgos (e) del Gobierno local, lo explica en números aproximados: son un centenar de familias afectadas y que deberían salir, 20 hogares evacuados entre albergues y casas que los acogieron, siete viviendas totalmente destruidas y una veintena que quedaron en pie, pero son inhabitables.
El funcionario destaca el peligro doble, ese “sánduche” de tensión que vive Puerto Nuevo entre el mar y la colina. En el 2012 ya la zona había sido identificada como de riesgo y en ese entonces se determinaron que había 67 familias en peligro, afirma.
Ahora que la naturaleza ha vuelto a dar señales de alarma, manifiesta que trabajan en una solución definitiva: la reubicación.
Explica que además de la habilitación de albergues, activación del Comité de Operaciones de Emergencia (COE), coordinación con entidades de ayuda, se adelanta ya con el Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda (Miduvi), un proyecto de reasentamiento para el que ya tienen el terreno. “Esperamos que sean por lo menos 80 casas”, dice.
Eder Cevallos, director provincial del Miduvi, no confirma la cifra. Señala que es algo que aún se está evaluando y dependerá también de que el municipio garantice los servicios básicos. Afirma que el bono de 13.200 dólares por familia está listo para este tipo de casos. Agrega que el tema es urgente y esperan que se les entregue toda la información técnica para hacer el trámite. Adelanta que los recursos serían transferidos al municipio para que este desarrolle el proyecto habitacional.

>desesperan. Agustín Moreira corta ágilmente la pinchagua y saca cuentas. 25 dólares en dos pomos de combustible para el bote, 25 dólares en compra de carnada.
“Sí, unos 50 gastamos y no trajimos ni un solo pescado”, señala.
Mientras prepara un nuevo intento en el océano, este y otros pescadores de Puerto Nuevo se apretujan con sus redes, embarcaciones, mesas de eviscerado en los patios de las casas debido a la poca playa que ha quedado. “Hay que amarrar las lanchas a las vigas si no el mar se las lleva”, cuenta.
Agustín explica que el mar está “revuelto” y que la corvina o el cabezudo que suelen pescar no ven las carnadas y ellos regresan a la costa con las manos vacías. “Está muy difícil todo esto, está durísimo”, reniega. Explica que a la crisis en la pesca se han sumado los gastos por las urgencias de muchos vecinos de  desmontar sus casas para salvarlas de las olas y otros que temen los deslizamientos. “Aquí la loma baja y el mar sube”, dice riendo como dándose optimismo.La ola revienta y golpea con espuma blanca restos de columnas, vigas y ladrillos. “Esa era mi casa”, señala Manuel desde la nueva orilla.

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