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Magali Romero, tres décadas de dolor

El día en que liberaron a Magali Romero estaba en una perrera, desnuda, encadenada y solo pesaba 30 libras.

Jueves 08 Octubre 2015 | 08:00

Eso ocurrió hace 34 años en el barrio Perpetuo Socorro, en el centro de Manta. Ella fue la empleada doméstica a la que sus patrones encerraron durante dos años y seis meses.  

A los 17 años llegó a Manta desde Olmedo en busca de trabajo porque estaba embarazada y el padre del bebé no había asumido su responsabilidad. Su única misión era reunir dinero para el parto. 
Y un domingo comenzó la historia de terror que duró dos años y seis meses. 
Empezó a trabajar como niñera en la casa de una pareja de esposos. Con los días terminó siendo la sirvienta del hogar: cocinaba, barría, trapeaba, limpiaba los cuartos y lavaba la ropa. Era una todoterreno. 
Los oficios los empezaba a las cuatro de la madrugada y se acostaba a dormir a las diez de la noche. No tenía días libres, no podía salir a la calle ni ver a sus familiares. 
Permanecía encerrada y pese a que le ofrecieron pagar 40 sucres, nunca recibió su sueldo.
Nacimiento. Magali dejó de trabajar el día en que dio a luz a su hija. El parto fue en la misma casa porque su patrón era doctor. Tres meses después la bebé murió y fue sepultada en la entrada de la casa de su patrones.
Recuerda aquella muerte como si hubiera ocurrido ayer. Su patrona se enojaba si la bebé lloraba, si le daba de lactar o le cambiaba de pañales. Cuenta que su hija nunca tomó biberón, pero un día su patrona le preparó un tetero y tres horas después el corazón de la niña dejó de latir. 
Ella cree que murió envenenada. En el lugar donde enterraron a la bebé sembró una planta de chavela, de flores moradas. Nunca pudo prenderle una vela, pero sí rezarle el Padre Nuestro.
Después de aquella muerte, los maltratos fueron constantes. Recibía golpes en la cabeza si el piso estaba sucio y le pegaban con la hebilla de un cinturón si gastaba más agua de la que consideraban necesaria.
También la castigaban con un cable si no arreglaba  bien la cama, hasta que comenzaron a negarle la comida y la desnutrición se iba apoderando de ella. 
“Si un día merendaba, al día siguiente no almorzaba. Hubo momentos que me daban unas tremendas palizas porque me cansaba al hacer los oficios. Mi cabeza la ubicaban junto a una pared para golpearme”, recuerda Magali.
Intentó salir. Un día intentó tomar el teléfono convencional para llamar a sus parientes, pero fue descubierta y la encerraron en un cuarto, le destruyeron su ropa y comenzaron a darle zapatazos en la cabeza y latigazos en la espalda. 
Después del castigo le obligaron a limpiar y encerar el piso.
Otro día intentó escapar del cautiverio trepando la pared de la casa, pero el ladrido de un perro dejó al descubierto su intención.
Volvió a recibir otra paliza, incluidas amenazas de muerte. Y mientras le ubicaban un revólver en la cabeza, ella suplicaba que no la mataran. Cuando su patrona estuvo a punto de apretar el gatillo, Magali se comprometió a no volver a intentar a escapar.  
El día que Magali ya no pudo hacer más oficios y no era útil, la metieron desnuda y encadenada de una pierna en una perrera. 
Ella cierra los ojos por varios segundos, suspira y comienza a llorar. Vuelven los recuerdos. 
Magali recuerda que un domingo varios niños estaban jugando pelota en la casa de un vecino, cuando el balón cayó cerca de la perrera.
Los niños ubicaron una escalera, subieron la pared y al tomar el balón la descubrieron encadenada.
Los niños avisaron a sus padres, quienes llamaron a la Policía. Se organizó un operativo y ella fue liberada el domingo 6 de octubre de 1981. 
Recuerda que al llegar los policías ella no podía hablar. La desnutrición hizo que perdiera el tono de su voz. Los restos de la bebé fueron exhumados y llevados a Guayaquil para realizar una autopsia y procesar judicialmente a sus patrones.
Magali recuerda que su liberación ocurrió a las dos de la tarde, pero antes los habitantes del barrio Perpetuo Socorro se alarmaron y comenzaron a lanzar piedras en la casa donde estuvo como rehén.
La que era su patrona subió a la terraza y comenzó a disparar al aire, cuando llegó la Policía bajó y les presentó a una de sus hijas como la empleada del hogar. Una vecina se acercó a los uniformados y contó que la señora estaba mintiendo. Los agentes allanaron la vivienda y encontraron a Magali en medio de los nueve perros. Estaba descalza y desnuda.  Magali se recostó a la pared y con sus manos cubrió sus partes íntimas. La libertad estaba al otro lado de la puerta.  Magali había sido rescatada, una pelota la liberó de la esclavitud.
+ INFO
La persona que la fotografió
Jesús Loor fue uno de los primeros fotógrafos que retrató a Magali Romero al ser liberada de la perrera. 
Cuenta que aquel hecho fue una de las noticias más sensibles que marcaron su vida, porque la tenían viviendo en condiciones infrahumanas. 
“Magali vivía en cautiverio como si fuese un animal.  Ella parecía a los niños desnutridos de África. 
Realmente tenía las características de una calavera. Fue un hecho muy conmovedor”, expresó. Loor tiene 53 años. Recuerda que él laboraba para un diario cuando fotografió a Magali al salir de su cautiverio. 
 
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