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Crónica
María y Galito viven del apuro de otros

Las uñas de María son su principal arma. Se alargan afiladas hasta dos centímetros desde la yema de sus dedos arrugados.

Domingo 29 Marzo 2015 | 11:30

“Si me quieren robar ¡Las saco como un cuchillo!”, ríe y esgrime como garras sus manos ásperas de cargar cemento.
Ángel María Andrade Pinargote (conocido por su segundo nombre) tiene 79 años y 24 los pasó como trabajador en la Cámara de la Construcción de Portoviejo. 
Tras retirarse, hace cinco años, lleva una carga menos pesada pero más delicada: vive de hacer retiros y depósitos bancarios y todo tipo de trámite que implique colas.
A la orden. En el bolsillo de su camisa cuadriculada guarda las diferentes papeletas de al menos cinco bancos locales.
Por un par de dólares por cada cliente, este morador de la ciudadela San Alejo pasa sus días yendo con su bicicleta de un establecimiento a otro para hacer algo a nombre de alguien.
Transacciones bancarias o pagos de asuntos como matrículas vehiculares, pensiones educativas, servicios básicos están en su oferta.
“Usted me da el dinero y los datos y yo le hago. Ya si es retiro me tiene que dar la cédula”, explica para ponerse a las órdenes.
Sus principales clientes, cuenta, son ingenieros que lo conocieron cuando trabajaba en la Cámara.
Para ellos ha hecho depósitos hasta por 30 mil dólares y retiros por 10 mil.
Además de recibir los 50 dólares de Bono de Desarrollo Humano, María no tiene más ingresos económicos que lo que gana al hacer filas. Con eso mantiene a su hija y a cuatro nietos.
Galito. Galo Vélez Briones tiene dos reglas: 1. Quien trata de engañarlo no volverá a tener su confianza, 2. No hace retiros por más de 200 dólares.
“Es mucho compromiso”, explica sobre el monto límite este habitante de la ciudadela Los Jazmines que lleva cinco años viviendo de hacer colas de todo tipo.
Para lo otro es tajante: Si le dan dinero mal contado o pretenden pasarle un billete falso lo devuelve con una reprimenda que incluye palabras que no se pueden publicar aquí.
Aunque su mirada luce cansada en su rostro colmado de arrugas, tiene una aguda habilidad para detectar un intento de fraude.
Galito, como lo llaman todos, trabaja principalmente para conocidos, muchos, amigos desde cuando vendía helados allí cerca de una sucursal bancaria. Nunca le han robado, revela. ¿Y si lo intentan? Él eleva su puño en clara amenaza de lo que le espera a quien lo intente.
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