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Crónica del día
El infierno de Lincoln

Que en la madrugada, con una escopeta recortada que tenía en el carro.

Viernes 12 Diciembre 2014 | 09:29

Estábamos tomando un trago con mi sobrino, de unos 33 años, él le faltó el respeto a mi mujer dos veces. No estuvo bien eso.
Cogí el arma, le dije que se largue de la casa, él no quería y me pidió que lo perdone, se me fueron subiendo todos los aires, las iras a mi cabeza, mi esposa me decía que no lo haga, que lo piense, y le disparé frente a ella. 
Vinieron las leyes a mi casa (en la Asistencia Municipal 2), negué hasta lo último que lo había asesinado, pero sí lo maté.
Lamentablemente me sentenciaron a 25 años sin pruebas, fue en 1982, pero la pena fue rebajada a 13. 
Eran días solitarios, muy duros, compartía  el cuarto con Rodríguez, que era un chileno.
Yo entraba a las celdas, todos estaban ahí fumando, “periqueándose”, pero todo mundo me recibía bien, para qué.
“Hágale don Lincoln”, me decían, yo sólo veía los platos, espejos, veía la marihuana, el trago, y les decía que si de joven no lo hice, de viejo peor.
Estaba en el pabellón E, de baja peligrosidad en el García Moreno, en Quito, aquí (Santo Domingo) todavía no había cárcel.
Así fueron los primeros días de presidio de Lincoln P., de 63 años, por el delito de muerte. 
Desde hace un año y medio pasa postrado en su cama y sobre una silla de ruedas.
Como él mismo lo dijo, vive en estado vegetal, con una insuficiencia renal y diabetes crónica, incluso una vez sufrió una parálisis en una pierna, lo que le imposibilita caminar.
Tiene la mirada perdida, “no veo casi nada, poquito, sólo una sombra. Debido a la diabetes he quedado así, inválido”. 
Estuve en la cárcel dos veces, por muerte y por tráfico de drogas.
En la segunda (a finales de la década de 1990) pagué cuatro años y nueve meses, aunque me sentenciaron a diez años. Por buena conducta tenía el 50 por ciento de rebaja. 
No fui culpable, sino Édison L. Yo me eché la culpa, porque él quedó en ayudar a mi familia económicamente. Le dije que les pase 300 dólares mensuales y yo me hacía cargo del delito, pero a la hora de la hora, nada.
Eso no era mío, tuve que decir que sí. El alcaloide iba empaquetado en material plástico en medio de plátano barraganete, iba desde Santo Domingo hacia Canadá. Yo no conocía a más gente que estaba en eso, sólo a Édison.
Pasé la mayor parte en Quito encerrado. Fui castigado por dos veces, una vez me arrastraron y la otra me mandaron a Bahía (Manabí) por una huelga que hice en contra del director de la cárcel.
Cuando estaba allí me mandaron a matar, por una banda que desbaraté en el penal, pero me habían avisado a tiempo y no pasó nada. 
De allí en el 2000 pasé a Santo Domingo, estuve un año después de que se inauguró el centro carcelario.
Esos cuatro años fueron de lucha, de trabajo porque no me gustaba las condiciones en las que estábamos, junto con otras personas que formamos un comité hice la ley “dos por uno”, que consistía en que la condena se rebaje al 50 por ciento a cambio de la buena conducta.
Ayudé mucho a los internos, a que se apliquen las leyes.
Ahora que me siento enfermo, mi estado de ánimo sigue de luchador, aunque no tengo apoyo de nadie. Me ha dolido mucho la ingratitud de la gente, trabajé a nivel del país por los reos muchos se beneficiaron, sólo tres compañeros de presidio me han venido a visitar.
Actualmente vivo solo con mi madre, quien ha sido mi apoyo, mi soporte.
Lincoln asegura que fue maestro en varios colegios de Santo Domingo.
“Primero vean bien las cosas antes de meterse en cualquier problema, no actuar por actuar, sino pensando, ahora están duras las penas y a la final no consigues nada, sino estar fregado con la familia y eso no debe ser”. 
 
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