Empezaremos por preguntarnos ¿qué entendemos por fundación? En lo que atañe al motivo del comentario, se asume como el principio y origen de una cosa; es decir, cómo se nace y bajo qué parámetros o variables se toma el valor bajo el cual se nació. Hasta donde la historia nos muestra, las fundaciones de la casi totalidad de los pueblos de América se  produjeron con la llegada de los españoles, “hombres blancos y barbados” decían nuestros nativos. Pues bien, ¿qué hicieron estos “señores” delincuentes por cierto, para lograr fundar los dominios que formaban parte del famoso imperio del Tahuantinsuyo, donde el amo y señor era el inca Tupac-Yupanqui, y luego de su muerte sus hijos Huáscar y Atahualpa? Violaron, abusaron, robaron y hasta mataron a los nativos de nuestra América, entre ellos al propio Atahualpa en Cajamarca, pese a la entrega de una fortuna en oro. ¿Eso es lo que celebramos con bombos y platillos? Pues, Quito y Guayaquil, por ejemplo, celebraron a lo grande sus fechas de fundación; Portoviejo algo parecido.

Lo que debemos celebrar, a más no poder, son las gestas independentistas de las ciudades que las protagonizaron; y, sobre todo, el grito definitivo de independencia, el 24 de Mayo de cada año, en memoria a la gesta libertaria producida en el Gran Pichincha el 24 de Mayo de 1822, donde los patriotas, imbuidos de ese fervor patrio, al mando del Mariscal de Ayacucho, Antonio José De Sucre, vencieron a las fuerzas españolas declarándonos libre de cadenas imperialistas.