En nuestro país y casi todo el mundo no ha existido una devoción ecológica, se afectó los grandes bosques, el Continente Africano ha sido devastado y América también lo ha sido por igual, antes lo sufrieron Europa y Asia, el extractivismo abusivo, el consumo masivo del petróleo como carburante y el gran crecimiento demográfico, hoy somos siete millones de seres humanos determinaron que enfrentemos el fenómeno climático denominado calentamiento global, al que se culpa de la dureza con que llueve o las sequías que agostan otros lares, siempre en perjuicio del género humano, factor determinante y causante de lo ocurrido.
Nuestro país cuenta con 11 áreas que se juzga concentran la mayor biodiversidad del territorio, parques: Llanganates, Podocarpus, Cayambe – Coca, Galápagos, Sangay, El Cajas, Machalilla, Yacuri, Cotopaxi, Sumaco Napo – Galeras, y el discutido Yasuní, a los que con justicia se da una atención preferente, y en el caso de nuestro Manabí debemos con mucho celo exigir medidas que permitan conservar lo que todavía queda en los bosques del norte provincial: Pedernales, Chone, F. Alfaro y El Carmen, incluyendo La Manga del Cura, igual que el bosque protector de los embalses de La Esperanza, Poza Honda y Daule – Peripa, con una gran campaña de conservación que impida severamente la deforestación de esos lares, al igual que las colinas que circundan nuestras cabeceras cantonales que causan tantos problemas de habitabilidad en nuestras pequeñas y medianas urbes, lo sufren Portoviejo, Manta, Bahía de Caráquez y varias parroquias.
La depredación ambiental produjo un mortal impacto en la fauna nativa del litoral, incluye a Manabí, no quedó un solo jaguar americano, se extinguió el tapir o vaca de monte, el lobo amarillo, el “bravo” o zaíno, ya casi no se ve al venado y la guanta o pintado va por el mismo camino. Los grandes loros están en extinción y los variados monos o “micos” refugiados en las pocas zonas boscosas que también utilizan los perezosos, para evitar ser cazados sin ton ni son. Cómo extrañamos el trinar de los caciques de hierba alta y los periquitos de los cañales de gadúa. No es tarde. Todavía tenemos que concientarnos y tomar medidas para salvar lo que queda de follaje y especies tan graciosas como las ardillas y las sensibles palomitas de muchas variedades que alegraban las mañanas y atardeceres de nuestro campo.