Ambos están colapsados.
El camposanto de la parroquia Alluriquín alberga a 350 difuntos. En él se pueden encontrar muchas tumbas profanadas y cruces que el tiempo se ha encargado de cubrir de moho.
Dicho cementerio es el único que tiene la comunidad y en caso de haber muertos, “estos no pueden ser enterrados ahí, a menos que sean dueños de un espacio”, señaló Willians Arteaga, presidente de la Junta Parroquial de Alluriquín.
El caso del camposanto de la parroquia Puerto Limón es similar. “No hay espacio para más cadáveres”, dijo Cristian Ganchozo, presidente de la Junta Parroquial.
El cementerio está situado en una loma en la que no se puede caminar sin aplastar alguna tumba.
Ganchozo lo corrobora, “el terreno está totalmente colapsado, las tumbas se encuentran desordenadas porque no hubo planificación”, indica el funcionario.
La Junta Parroquial de Puerto Limón no sabe a ciencia cierta cuántos cuerpos descansan en el cementerio ubicado en el barrio San Pablo.
“Los familiares de los difuntos tienen que hablar con el panteonero cuando necesitan un espacio, no tiene ningún costo enterrarlos allí”, añadió Ganchozo.