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Ricardo de la Fuente
Mi conversión al islam

Estoy tentado de convertirme al Islam, y todo por culpa de mi amigo Ronald Intriago.

Martes 29 Julio 2014 | 04:00

Hace unos días me dispuse a visitarlo y le envié un brevísimo mensaje: ¿Qué llevo?, le preguntaba. Y el otro, cultísimo, me contestó también con dos palabras: “Trago y huríes”. Me dejó pensando… ¿qué diablos eran las huríes? Como algo he leído también, yo sospechaba que las tales huríes eran mujeres y no precisamente de las más formalitas y conservadoras, sino de las traviesas, pero tenía mis dudas sobre su origen, que dos días más tarde pude aclarar. 

He aquí el resultado de mis investigaciones: las huríes son eso mismo, mujeres jóvenes, bellísimas y perfumadas que moran en el Paraíso de los musulmanes. Si un discípulo de Alá hace méritos en la tierra, al morir llegará a un sitio lleno de música, festines y huríes. Como allá también hay “meritocracia”, el que muere por su religión es un mártir y podrá reclamar hasta 72 huríes para él solito, ni una más ni una menos. Como además, Alá le dará la fuerza viril de cien hombres, podrá estrenarlas a todas sin que pierdan por eso la virginidad (¿?).  Pero si el buen musulmán no ha sido muy mujeriego, el Paraíso islámico viene también equipado con bellos muchachos, de tal manera que la farra eterna está garantizada. Alá piensa en todo. ¡Con razón se revientan con dinamita gritando que Alá es grande!
Fui criado en la religión católica, o mejor dicho afiliado a la fuerza, sin que me lo consultaran, pero para la tradición judeo-cristiana, de donde surge el catolicismo, el Paraíso o el Cielo que se promete como recompensa final no parece muy atractivo y ni siquiera se aclara adonde mismo está. Consiste en tocar el arpa por toda la eternidad, alabando a Dios y peleando con billones de almas por sentarse a su diestra, lo más cerca posible. Y nada más.
El programa de hindúes, brahmánicos y otras variables de oriente no tiene paraísos celestiales, sino dentro de la mente, en el propio espíritu. Claro que para encontrar la suprema felicidad hay que sentarse en una posición cómoda y desconectar todos los sentidos, de tal modo que uno queda como si le hubieran dado a oler medio kilo de escopolamina. Respira, pero colgado en un dichoso estado de coma.
Hay otros paraísos que incluyen damas; el Wahllala de los nórdicos, pero más se parece a un cuartel reservado a héroes y hoolligans ingleses que apenas si reciben doce walkirias, unas rubias musculosas llenas de correas, cascos y espadas que si son vírgenes, no lo parecen. De manera que ya escogí: me quedo con el Islam…
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