¡Ah!, la muerte; en estos tiempos la he sentido más cercana al presentarse entre mis amistades, como es el caso de un estimado amigo a quien la existencia le pasó factura por haber fumado media vida, haciéndolo padecer luego una larga enfermedad/agonía que lo atormentó a él y a su familia, especialmente a su esposa; hasta que la muerte en este caso fue buena con él, porque el hombre ya merecía dejar de sufrir y también quienes íntimamente lo rodeaban.
Lo mismo aconteció con la anciana madre de otro amigo, alto dirigente y ejecutivo empresarial, ahí también fue piadosa la inevitable parca al acudir a proporcionar el merecido descanso eterno a la dama tronco de un núcleo familiar que se distingue por sus positivas ejecutorias. Pero en cambio fue perversa, en el caso de un joven hombre cuya niñez sus padres confiaron a mi familia en un jardín de infantes; su trágica caída de gran altura sobre una puntiaguda cerca metálica, no fue más que producto de lo cruel que a veces es la muerte cuando se solaza en cegar vidas jóvenes, plenas de salud y de futuro; sino, pregúntenme a mí que sé lo que es de artera, cuando un mayo 7, camuflándose en un accidente, llegó a cerrar eternamente los ojos del ser amado. Estas letras inspiradas en los iniciales tres fallecimientos, que sean una suerte de abrazo/pésame a esas estimadas familias a cuyos difuntos no tengo para que nombrar… A sus sobrevivientes y a todos quienes leen estas letras, contradictoriamente, pero con el optimismo que este existir exige, debo animarlos a seguir adelante buscando o al menos intentando ser felices, hasta que la segura muerte nos llegue.