Desde que Víctor era un niño ya andaba descarriado. Los maestros comentaban que andaba en malos pasos. Las amigas de su mamá le aconsejaban que le pusiera mano dura, que sino sería un delincuente. Los compañeros de escuela sabían que era violento.
Víctor se hizo un muchacho de la calle. Se convirtió en un ladronzuelo que además ya era un experto armando sus “grifos”. Hace unos años lo cogió la ley; con arma en mano le robó a un hombre. Fue su primer delito. A los pocos meses salió y aparentemente era un Víctor distinto.
Me enteré hace días que continúa en sus andanzas; incluso disparó a alguien para robarle, y Dios sabe cuántas cosas más ha hecho. La gente comenta que ese muchacho que conocí en la escuela tiene dos caminos en su destino: la cárcel o la muerte. Las leyes deberían ser más drásticas para quien porta armas ilegalmente. Quien lo hace está próximo a cometer un delito, y más si tiene antecedentes. Entonces, ¿por qué las autoridades dejan en libertad a estos individuos casi de inmediato?