Y ahora que ha pasado medio siglo de haber gerenciado esta noble institución financiera, pionera en el desarrollo y bienestar comunitario de toda la geografía manabita, recién nos damos cuenta de que todo su accionar ha sido inútil, sin reconocer sus méritos y grandes logros,  que puso su mirada en el futuro de nuestra provincia y el país creando sucursales crediticias en Guayaquil y Manta. Como idealista vio fácil realizarlas y así lo cumplió, habiendo tenido la acogida y respaldo de los cuenta ahorristas de otras latitudes. Pero la ingratitud propia de la ruindad humana trata de enlodar su diáfana personalidad. 

A Don Carlos lo conocí un 15 de noviembre de 1973, hace 40 años, cuando viajaba junto a su esposa a los EE.UU.; y al llegar al aeropuerto, en forma caballerosa me facilitó parte de su dinero para que presentara en inmigración, en caso que hubiera sido necesario. Estas eran las acciones humanitarias de este gran hombre. A los clientes de la entidad crediticia que representaba siempre trato de darle soluciones apropiadas sin distingo alguno, y en la parte humanística sus manos generosas siempre estuvieron abiertas con nobleza.

La crisis financiera es universal, como ocurre en EE.UU., que estuvo a punto del colapso y la  suspensión de los pagos a sus acreedores; y en nuestro país ocurre lo mismo, prueba de ello es la falta de circulantes,  la ejecución de obras públicas inconclusas por falta de financiamiento;   pero justamente en estas situaciones adversas es cuando más unidos tenemos que estar como una sola familia manabita, y no vivir de las especulaciones y hacer leñas del árbol frondoso que un día nos brindó su sombra y apoyo.

Desde esta columna reitero mi abrazo fraterno y solidario a mi amigo Don  Carlos San Lucas Santana, sabiendo que el tiempo será el supremo juez de sus ideales y que brillara la verdad ante la historia.