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Brasil y el anticristo
Brasil y el anticristo
Por: Ricardo Trotti
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Martes 02 Julio 2013 | 00:00

El Papa Francisco, pronto a tocar suelo amazónico para abrazar a los jóvenes del mundo, llegará a un nuevo Brasil.

Un país donde la clase política no tuvo más opción que actuar rápidamente en contra de la corrupción, ante la fuerza de unas protestas populares que amenazan con desbordarlo todo.

La polémica por el fútbol que exudan la Copa de las Confederaciones y el Mundial 2014, amplificaron el reclamo apremiante del pueblo y de las juventudes brasileñas auto convocadas por las redes sociales, para que se ponga coto a la corrupción, que ha condenado al país a ser uno de los más desiguales de la Tierra.
Para el Papa Francisco, fanático del “jogo bonito” futbolero, pero también del “jogo limpo” de la vida diaria, la corrupción no es un pecado, sino el verdadero anticristo, el delito que no tiene perdón: “Pecadores sí, corruptos no”, es una de sus máximas, al considerar que la corrupción es el peor acto contra Dios, un crimen con agravantes para quienes se asumen como líderes y servidores públicos.
Feliz coincidencia, lo cierto es que el Papa Francisco tendrá el contexto ideal, después de que esta semana el Senado brasilero aprobó una legislación recia contra “el crimen atroz” de la corrupción, tipificándolo de “crimen hediondo”.
Los “adoradores de sí mismos” como los califica el Papa, serán castigados a penas de hasta 12 años sin derecho a amnistías, indultos y libertad condicional.
Aunque las protestas se originaron en reacción al aumento de las tarifas del transporte público en Sao Paulo y Río de Janeiro, esparciéndose como epidemia por urbes y poblados, desembocaron luego en lo inevitable, en un pedido de acción en contra de una corrupción que asfixia y que carcome fondos para mejorar los servicios públicos en materia de salud, educación y seguridad.
Ni la presidenta Dilma Rousseff ni los políticos habían ponderado la explosión de las protestas. Rousseff pensó que el “mensalao”, la expulsión de ministros del gabinete por corrupción, y la masiva emigración de pobres a la clase media, habían expiado los pecados de la clase política, y desmarcado a Brasil de muchos otros países latinoamericanos donde la corrupción es vicio.
Pero la duración y eficiencia de las protestas dependerá del enfoque de los planteos; cuanto más concisos más efectivos. Pero si las siguen copando los violentos y los anarquistas, aquellos que todo ven mal y a nadie bien, las protestas serán tan ineficientes y efímeras como la de los indignados de Wall Street.
La clase política de Brasil tiene chance de transformar la crisis en gran oportunidad. Una sólida cultura anticorrupción mejorará su economía, su democracia, y será un loable producto de exportación que le consolidará como líder mundial. 
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